El 21 de septiembre de 2013 empezaba el otoño en España. Para Asunta, ese mismo día, terminaban todos sus sueños. Era un sábado. Pero no cualquiera.
Su vida había comenzado en la ciudad china de Yongzhou, el 30 de septiembre de 2000, con el nombre de Yong Fang. Abandonada en un orfanato fue adoptada, cuando tenía nueve meses de vida, por un matrimonio español que no había podido tener hijos: Rosario Porto Ortega (en ese entonces 32 años, de Santiago de Compostela, abogada) y Alfonso Basterra Camporro (entonces 37 años, periodista, oriundo de la ciudad de Bilbao).
La suerte parecía haberse puesto del lado de esa dulce bebé de ojos rasgados.
Desde muy pequeña Asunta demostró ser extremadamente inteligente. Cursó sus estudios en el colegio Pío XII y, luego, en el Rosalía de Castro; los mismos a los que había asistido su madre. Estudiaba francés, inglés, chino, piano, violín y ballet. Y todo, absolutamente todo, lo hacía demasiado bien. Moría por la pasta, los huevos y los embutidos, y adoraba a su abuelo Francisco Porto.
Se forma una pareja
Esta trágica historia comenzó a tejerse muchísimo tiempo antes, cuando Rosario y Alfonso se enamoraron.
Alfonso Basterra tenía 26 años cuando conoció a Rosario Porto de 21. Corría el año 1990. Después de seis años de relación, se casaron en Santiago de Compostela, en una elegante ceremonia. La novia, había nacido el 11 de julio de 1969, y era hija única de Francisco Porto Mella, un reconocido abogado que había ejercido durante décadas como cónsul honorífico de Francia, y de María del Socorro Ortega Romero, catedrática de Historia del Arte. Alfonso, su novio, era hijo del industrial Ramón Basterra Santos y de la ama de casa María José Camporro, y tenía dos hermanos.
Muchos fueron los que pensaron que Alfonso había elegido más que bien: casarse con Rosario era un gran paso adelante. La familia de ella era reconocida y tenía mucho dinero. Él, como periodista, ganaba poco para los lujos a los que estaba acostumbrada su flamante mujer. Pero el amor los había unido. Y, aunque la gente no lo sabía, se habían casado con el régimen de separación de bienes.
Rosario había ido a los mejores colegios y había terminado su secundario en el Yago School, de Oxford, en Gran Bretaña. Luego, completó su formación académica en la Universidad de Santiago, donde se especializó en leyes. Más tarde asistió al High School of Law, de Londres, y realizó un posgrado universitario en París.
En 1996, el año de su casamiento, regresó a su ciudad como experta en derecho internacional y empezó a trabajar en su propio despacho, en la zona más cara de Santiago. El 3 de marzo de 1997 fue nombrada Cónsul de Francia, representación que heredó de Francisco.
Después de unos años sin tener hijos, los padres de Rosario empezaron a insistirles con la adopción. Querían ser abuelos. Finalmente la pareja se decidió e inició los trámites. El proceso llevó dos años y en junio de 2001, viajaron a China a buscar a su hija.
Tenía nueve meses, los ojitos muy despiertos y se llamaba Yong Fang. Ellos se enamoraron de la bebé, le pusieron de nombre Asunta y volvieron los tres felices a España.
Eso sería así, al menos, por un tiempo.
El camino… del divorcio
Asunta creció muy apegada a sus abuelos maternos. La muerte súbita de su abuelo Francisco, en julio de 2012, siete meses luego de la de su esposa, la afectó muchísimo. Para colmo, Rosario y Alfonso se separaron poco tiempo después: el día de Reyes de 2013.
Él había descubierto que ella le era infiel con otro hombre que, además, era casado. Luego de una violenta discusión tomaron la decisión de divorciarse.
Asunta se quedó viviendo con Rosario en su departamento de siempre, un piso de 174 metros cuadrados valuado en 350 mil euros. Alfonso se marchó con su familia a Burgos primero y, luego, a Bilbao.
En el mes de mayo de 2013 Alfonso volvió a Santiago de Compostela con 6.000 euros. Se los había prestado una tía rica a la que le había pedido ayuda económica. Con ese dinero pudo alquilar un modesto departamento, sobre la calle República Argentina, a la vuelta del de Rosario y Asunta. No quería estar demasiado lejos.
En junio de 2013, por un problema de lupus que derivó en una seria depresión, Rosario fue internada en un sanatorio. Esto hizo que Alfonso se ofreciera para ayudarla con Asunta. Eso sí, le exigió a cambio que abandonara a su amante. Era su única condición. Rosario aceptó, pero estaba demasiado fascinada con su nuevo amor. Decía que su ex era “un muy buen amigo y un mal marido” y lo definía como un “padrazo” con Asunta.
Cuando le dan el alta, Alfonso cumple con todo lo convenido: comen los tres juntos, ven películas y él cuida esmeradamente de Asunta. Pero Rosario continúa con las escapadas con su amante. Nunca pensó cumplir con lo prometido.
En las peligrosas manos de mamá y papá
A principios del mes de julio empieza una cadena de hechos alarmantes e insólitos. La noche del 4 de julio, en el departamento del tercer piso del número 31 de la calle Doutor Teixeiro, donde viven Rosario y su hija, se produce un episodio digno de una película de terror: un hombre enmascarado y vestido de negro trata de estrangular a Asunta mientras duerme. Rosario la habría salvado haciéndolo huir. Luego contaría que su hija había dejado las llaves puestas del lado de afuera de la puerta de entrada. Y, ante la sorpresa de los familiares, dio por terminado el tema.
Los hechos estrafalarios continuarían.
A la mañana siguiente, la pareja empieza a acopiar cajas de lorazepam, una droga para el manejo de la ansiedad y del sueño. Alfonso va a la farmacia el 5 de julio y se lleva 50 comprimidos. Cuatro días después, el 9 de julio, Asunta va a su clase de música luego de haber dormido en casa de su padre. Una profesora relató, durante el juicio, que ese día la alumna “no pudo recibir clase. Andaba en estado de sonambulismo”.
A la semana, Asunta se fue por unos días a Portonovo con amigas y volvió el 17 de julio. Curiosamente, ese mismo día, Alfonso vuelve a la farmacia para comprar una caja de 25 comprimidos. Más tarde retorna al establecimiento para que le den más pastillas: dijo haber “perdido” lo que había llevado. En total, en el mes de julio de 2013, compró 125 comprimidos.
El 22 de julio hubo otro episodio de somnolencia con Asunta. Esta vez ella le dijo a sus profesores de música algo que sonaba increíble: que sus padres la “engañaban” y que su madre le daba “unos polvos blancos que la hacían dormir durante días”. Al ser consultados, los padres, hablaron de una supuesta condición alérgica de Asunta por la que “estaba en tratamiento”. El pediatra que la atendía negó cuando declaró que la pequeña sufriera alergia alguna.
El siniestro plan ya estaba en marcha. Asunta se hallaba en manos de sus victimarios. Esos padres que debían cuidarla, estaban pergeñando otro destino para ella.
El 30 de julio, otra vez en busca de remedios, Rosario acude a su consulta con el psiquiatra Ramiro Touriño. Le miente y le dice que no está medicada (aunque Alfonso, en realidad, llevaba todo el mes comprando Orfidal). Este médico, sin saber lo que ocurría, le vuelve a recetar lorazepam.
Esa receta no sería usada durante agosto. No la necesitaban. Asunta estaba de vacaciones, lejos de ellos: pasó del 31 de julio al 22 de agosto con su madrina en Vilanova de Arousa y, del 28 de agosto al 10 de septiembre, con la señora Carmen Amarelle -que la cuidaba desde que había sido adoptada- en Val do Doubra.
Apenas volvió a casa comenzaron, otra vez, los problemas. Faltó a su clase de ballet y al segundo día del curso escolar porque “se sentía mal”, esgrimieron sus padres.
Qué casualidad, el día anterior, el 17 de septiembre, Alfonso Basterra había vuelto a la farmacia para conseguir ¡50 pastillas más de lorazepam! Ya poseían un verdadero arsenal químico… ¿para qué? ¿para quién?
El viernes 20 de septiembre Asunta se quedó sola en su departamento. Rosario se había escapado a pasar el día a Pontevedra con su amante (la persona en cuestión sería un poderoso empresario). Previendo lo tarde que llegaría llamó a Alfonso y le pidió que se ocupara de su hija. Por supuesto, le mintió: le dijo que estaba retrasada con una amiga.
Asunta ya era claramente una molestia y una carga para esa madre que solo quería una libertad sin agenda ni compromisos escolares para su nuevo amor.
Crónica de una muerte ¿anunciada?
El sábado 21 de septiembre, la familia (resulta difícil llamarla así) almuerza en falsa armonía a las 14 horas. Los tres en el departamento de Alfonso, que prepara unas ricas albóndigas con champiñones. Luego, juegan a las cartas. Allí, no lo confiesan ellos pero lo deducen los investigadores, le habrían dado a su hija la última y altísima dosis de lorazepam.
A las 17.21 horas Asunta se va de allí sola a su casa que queda a la vuelta. Llevaba ya en su pequeño cuerpo 27 pastillas de Orfidal. Rosario hace el mismo camino de regreso a su departamento 7 minutos después. Todo esto se sabe con precisión por las cámaras de una sucursal bancaria que grabó sus movimientos.
A las 18.12 Rosario Porto vuelve a aparecer, en otro foco de una cámara, entrando al garaje de su vivienda. A las 18.18 la niña es vista por unos conocidos en compañía de su padre, Alfonso Basterra, en las proximidades de la vivienda de Porto.
A las 18.22 el coche conducido por Rosario Porto rodea una rotonda camino a la casa de campo en Montouto, recientemente heredada de sus padres. A bordo se ven las figuras de ella y su hija. Se cree que Alfonso iba oculto en el asiento trasero.
A las 18.31 llegan a la casa, una muy linda construcción de piedra, con un jardín de 5000 metros cuadrados con piscina y cancha de tenis, en medio de una densa vegetación, que supo estar tasada en 900 mil euros.
La alarma de la casa se desconecta a las 18.35.
A las 19.29 la madre recibe datos de internet en su celular.
No se sabe nada de lo ocurrido allí dentro. Pero los forenses estiman que entre las 19 y las 20 Asunta es asesinada.
A las 20.53 la alarma de la casa vuelve a conectarse. A esa hora aproximada un vecino saluda a Rosario Porto que va en el auto, pero no ve a Asunta.
Se cree que Asunta salió muerta de esa casa cerca de las 21. Que fue introducida en el auto de Rosario, atada de pies y manos.
Su cadáver fue abandonado, con mucho cuidado, al costado de un camino arbolado.
Alrededor de las 21 Alfonso aparece en nueve ocasiones en las cámaras de la sucursal bancaria cerca de su casa. Luego habrá una veintena de llamados del celular de Alfonso a distintos teléfonos. Se cree que fueron hechos para sembrar coartadas.
A las 22.30 Rosario y Alfonso se presentan en la comisaría central de Santiago de Compostela para denunciar la desaparición de su hija. Las sospechas de la policía sobre ellos fueron casi inmediatas.
A la 1.30 una pareja joven que va a una parroquia, encuentra el pequeño cuerpo que se veía perfecto bajo la luz de la luna llena. A la 1.39 la Guardia Civil recibe el aviso. El cadáver de Asunta es levantado de la escena a las 7 de la mañana del domingo 22.
El lugar donde fue hallada queda solo a 5 kilómetros de la casa de campo de Rosario.
El día 24 de septiembre Rosario Porto, fue detenida acusada de homicidio, luego de asistir a la incineración del cadáver de su hija. Un día después, también sería detenido el padre, Alfonso Basterra.
La parodia que habían montado no se la creía nadie.
Las pruebas comprometedoras
La asistenta del hogar de los Basterra/Porto, que trabajó para ellos doce años, dijo que parecían una familia perfecta. “Idílica”, adjetivó.
Todos creían más o menos lo mismo. No había, en el pasado, demasiadas señales de lo que vendría. Pero, analizando los tres meses y medio anteriores al crimen, se podía ver que había un tétrico plan urdido.
¿Quién convenció a quién de quitar a Asunta del medio? ¿Por qué si estaban tan molestos con ocuparse de ella y sobraba el dinero que Rosario había heredado, no la enviaron a estudiar al exterior? ¿Cómo es que una pareja divorciada se pone de acuerdo para llevar a cabo un maléfico proyecto para acabar con la vida de su hija?
Por alguna razón que desafía la ley natural, la ex pareja se habría abocado a una serie de ensayos macabros con su hija durante meses… hasta darle la dosis casi mortal de ansiolíticos para poder asfixiarla.
Los indicios que llevarían a los investigadores directamente hacia el ex matrimonio eran:
-Unas cuerdas naranjas que fueron halladas en la propiedad de la madre y eran semejantes a las usadas para atar el cadáver. Coincidían en su composición química y en sus propiedades físicas.
-También se hallaron en la casa de campo, en un tacho de basura, dos bollos de pañuelitos de papel. Uno tenía rastros biológicos de Asunta y el otro de madre e hija. Se cree que Rosario los habría usado cuando la asfixió.
-La presencia, en la sangre de Asunta, de un ansiolítico en cantidades tóxicas (0,68 miligramos de lorazepam por mililitro de sangre equivale a más de 27 pastillas).
-La notebook y el segundo celular del padre desaparecieron apenas iniciada la investigación… pero “alguien” los devolvió al departamento luego de manipular sus datos.
-Los testimonios de cinco profesores de música que dijeron que la menor iba como “drogada”. Dos de ellos reconocen que Asunta les había hablado de unos “polvos blancos” que le daba su madre, que había pasado “dos días durmiendo” y que esos polvos “la hacían olvidarse de las cosas”.
-Las alfombritas de la moquette de la parte trasera del auto de Rosario habían desaparecido.
Una mancha en la remera que tenía apuesta Asunta fue analizada por el departamento de Biología del Servicio de Criminalística de la Guardia Civil y se determinó que era semen. Pero se probó que la prenda había sido contaminada en el laboratorio: habían usado las mismas tijeras con las que habían cortado un preservativo de un hombre (el del ADN hallado de la mancha) investigado por una agresión sexual que al momento del asesinato estaba en Madrid. Falsa alarma.
El 19 de noviembre de 2013 se levantó el secreto de sumario y trascendió un escrito en el que constaba la convicción de los investigadores: los padres de Asunta tenían un perverso plan acordado para matarla, él iba a ser el encargado de drogarla para aturdirla y Rosario se ocuparía de la asfixia.
En junio de 2014, el juez José Antonio Vázquez Taín, puso fin a la instrucción del caso. La selección del jurado popular se inició en mayo de 2015. El juicio comenzó a principios de octubre del mismo año: desfilarían 84 testigos y 60 peritos. Durante el juicio, que duró 23 días, se reconstruyó el último mes de vida de Asunta.
El 30 de octubre de 2015, el jurado popular determinó, por unanimidad, que Alfonso Basterra y Rosario Porto eran culpables. Y fueron condenados a 18 años de prisión.
Teorías, móviles y versiones
En una primera versión de los hechos, Rosario Porto había declarado haber dejado a Asunta sobre las 19 horas en su casa de Santiago de Compostela estudiando y que, cuando regresó un par de horas después, la niña ya no estaba.
Pero cuando conoció la existencia de imágenes en las cámaras camino a la casa de campo modificó su testimonio e intentó otra versión de los hechos.
La declaración de Alfonso también tuvo contradicciones.
Al inspector de policía, que los recibió cuando fueron a presentar la denuncia, lo que más le llamó la atención ese día fue que, a media hora de la desaparición de su hija, los padres “ya pensaban que estaba muerta”. También despertó las sospechas de los peritos el cuidado que el asesino había puesto al dejar el cadáver. “Parecía un detalle de amor en medio de un crimen horrendo”, dijeron, algo que sólo podría haber hecho alguien que la hubiese querido.
A seis años de todo esto, Rosario y Alfonso, siguen sin responder la principal pregunta: ¿por qué mataron a su hija?
Al principio había circulado la sospecha sobre un móvil económico. Siguiendo esta teoría, algunos se preguntaban sobre las muertes tan seguidas de los abuelos maternos (Francisco murió súbitamente a los 88 años, meses después de que su mujer también falleciera de forma repentina). Algunos elucubraban que la niña pudiera haber sido la heredera elegida de Francisco y que el plan de la ex pareja, en busca de solventar el dinero que querían para una vida fácil y de lujos, había sido eliminar a todos. Hubo familiares que adhirieron espantados a esta idea. Aunque lo cierto es que la única beneficiaria del legado de Francisco era su hija Rosario.
Para agregar más intriga al caso se descubrió un escrito de Asunta Basterra, en su blog personal, de unos meses antes de ser asesinada. Allí sus palabras relataron una historia que se reproduce aquí en forma textual: “Érase una vez una familia feliz; una mujer, un hombre y un hijo. Un día la mujer fue asesinada. El hombre quiso tomar represalias de la persona que mató a su mujer (Anna) pero él también murió, porque intentó tomar represalias pero el hombre malo mató a John, el marido. Su cuerpo está en el parque de la Alameda, su espíritu también”.
Algunos quisieron leer entrelíneas: interpretaron que John era Francisco, que además amaba el parque de la Alameda, y que la mujer, era la abuela de Asunta. Solo conjeturas. Los cuerpos de los abuelos habían sido incinerados, igual que lo sería el de su nieta. Poco podría saberse.
No se llegó por esta pista a ningún lugar y la teoría fue desechada. Pero solo pensarla dio escalofríos. En un año y medio habían desaparecido los tres familiares más cercanos de Rosario Porto.
La vida después de las condenas
Rosario, después de sobrevivir a dos intentos de suicidio (el primero en la prisión de Teixeiro, cuando tomó 50 pastillas; el segundo, intentando ahorcarse en la bañadera con el lazo de un buzo) vive en la cárcel de A Lama, en Pontevedra. Lee, escribe, recibe cartas, usa la biblioteca, escucha radio y asiste a misa.
Según trascendió, en estos años, llegó a tener una pareja, protagonizó varias peleas con las reclusas, se ha negado a ducharse durante semanas y, varias veces, ha caído en pozos depresivos. Por supuesto, sigue negando el crimen y sosteniendo: “Educamos a Asunta lo mejor que pudimos; era muy querida”.
Alfonso está alojado en el otro extremo, en el penal de Teixeiro, en La Coruña. No es un preso conflictivo y se ocupa del reparto de la comida, trabajo que incluso le es remunerado.
El abuelo paterno, Ramón Basterra dijo: “Pienso que a Rosario le estorbaba Asunta (…) Rosario y mi hijo deberían estar en un psiquiátrico, no en la cárcel”.
Conmoción y rating televisivo
La triste historia de la niña a la que los adultos le fallaron tantas veces llegó a la televisión con el título Lo que la verdad esconde: El caso Asunta, el 24 de mayo de 2017 (hoy se puede ver en la plataforma de Netflix).
El documental se estrenó por Antena 3, en capítulos, y su autor fue el cineasta Elías León Siminiani. Ver la serie quizás no termina de esclarecer tanto horror. Pero es impactante.
Las dudas, son muchas.
¿Por qué nunca se llamó a declarar a Manuel, el amante de Rosario y se lo protegió con el anonimato? Es por lo menos curioso que el mismo día que los amantes rompen, el 4 de julio, es el del ataque a Asunta en su cama en manos de un desconocido. Los amantes no vuelven a verse hasta el 20 de septiembre, coincidentemente con la víspera del asesinato.
¿Culpaba Rosario a su hija de alguna frustración amorosa? ¿No podría haber dicho algo de interés ese amante a la policía?
¿Por qué no se investigó aquel intento de asfixia? Además, ¿por qué las profesoras dejaron pasar la somnolencia y los dichos de Asunta sobre sus padres? ¿Qué más se podría deducir de las fotos encontradas en el Iphone 4 de Asunta, en las que ella aparece cansada, adormilada, maquillada y posando con un disfraz sensual, después de un espectáculo del colegio?
¿Por qué no se analizó más la búsqueda de contenido erótico que se había hecho desde el mismo celular? Aun sin haber encontrado rastros de abuso físico, ¿por qué la pista sexual fue descartada? ¿Alguien utilizaba el teléfono de la niña? Miles de preguntas sin respuestas certeras.
León Siminiani sostiene que la serie, que inauguró el género True Crime en España, “arroja un mapa panorámico, distante y desapasionado que ordena los hechos y da una idea de la complejidad humana, social y judicial de un caso así. (…) Además ofrece testimonios nuevos, pruebas nunca antes vistas (…) No hay ninguna pretensión: no queremos dirimir culpabilidades o inocencias”.
Según el productor, Alfonso decidió no ver la serie de televisión, pero Rosario sí y lo hizo a la vez que los espectadores: “Nos han contado que para ella fue muy duro volver a ver las imágenes, pero está agradecida por la objetividad».
Entender lo inentendible
Nadie sabe ni entiende lo que pasó puertas adentro en la bucólica casa de campo, ni en la cabeza de estos padres que, aun no estando juntos, actuaron con total complicidad. ¿Locura a secas? ¿Ansias de libertad de Rosario? ¿Dinero para Alfonso? ¿Qué podría haberlos llevado tan unidos a semejante espanto?
Seguramente Asunta tampoco entendió por qué esa noche sus padres la obligaron a tomar ¡otra vez! esos polvos blancos que ella había denunciado inútilmente a sus maestros. Ni habrá podido comprender por qué, aquellos que noche tras noche durante toda su vida le habían dicho lo mucho que la querían, le impedían respirar.
Su mamá la estaba asfixiando con sus propias manos y ella no podía oponerse. No tenía fuerzas para resistirse.
Le faltaban 9 días para cumplir los 13 años.
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