La estatua de Margaret Thatcher
Si hay un lugar en el mundo en el que Margaret Thatcher es venerada y tratada como un prócer es en las Islas Malvinas. La “Dama de Hierro” posee una estatua, pero de bronce, en pleno corazón de Puerto Argentino. Ubicado a pocos metros del monumento a los caídos británicos, y sobre el inicio de la calle que también lleva su nombre, Thatcher Road, se erige el busto.
Fue presentado el 10 de junio, conocido en las Islas como el Día Thatcher, de 2015. Su creador fue un escultor local llamado Steve Massam, quien hizo el trabajo ad honorem y el monumento se presenta junto a una frase emitida por la entonces Primera Ministra británica al momento de la Guerra de Malvinas: “Ellos son pocos en los números, pero tienen el derecho a vivir en paz, de elegir su propio estilo de vida y lealtad”.
Como si fuera poco, en uno de los pasillos de la Casa del Gobernador de Malvinas existe la llamada «Puerta Thatcher» y dentro de la misma residencia está colgado un cuadro con su foto.
“Ella fue la única que nos escuchó en un momento de la historia de nuestras islas que nos parecían tener olvidados. Fue nuestra salvadora”, le dijo a Infobae Patty, una comerciante de 45 años, que a las seis de la mañana de cada día sale a correr de un extremo a otro de la avenida principal de Puerto Argentino, Ross Road.
El “chivo” argentino, siempre presente
En una de las calles, al este de la Isla Soledad, se levantó un inmenso mástil, donde los diferentes visitantes a las Malvinas colgaron unos carteles de madera con referencia a sus países o ciudades de origen. Cada tabla posee uno de sus bordes en punta, la cual indica hacia qué punto cardinal se encuentra su lugar de origen.
Hay señales de Italia, Dinamarca, Francia, Argentina, Madrid, hasta Santiago del Estero. Sin embargo, la más llamativa es la de un ciudadano de San Andrés de Giles, quien no dudó en promocionar su empresa personal, aún en una tierra de apenas 3.200 habitantes: en la taba se puede leer la inscripción: “Ojos de Campo. Taller de Fotografía para Chicos. San Andrés de Giles 1.930 km”.
La cárcel con un puñado de presos
Una característica clásica de los pequeños pueblos. Entre los poco más de 2.500 habitantes de Puerto Argentino, los crímenes y los delitos parecen pertenecer al terreno de la ficción. La comisaría y la cárcel de la capital de las Islas Malvinas aparentan ser dos pequeñas oficinas de paredes de maderas y lámparas con luces cálidas. Así, desde el Gobierno de las Islas se informó que en la prisión sólo hay diez personas detenidas. Algunos pocos cometieron robos y la mayoría de los encarcelados fueron privados de su libertad por protagonizar incidentes en la vía pública debido a diversos cuadros de ebriedad.
La guerra, en los otros ojos
Resultan inevitables el shock y la incomodidad para cada visitante argentino al momento de toparse con las expresiones de los residentes en las Islas respecto a la guerra de 1982. Posiblemente, uno de los espacios de mayor contrapunto y de una más profunda carga emocional, se vivió dentro del Museo Histórico de las Islas.
Dentro del pequeño establecimiento se diseñó y presentó una sala especial dedicada al puno de vista de los residentes en las Islas, respecto al conflicto bélico que mantuvieron Argentina y Gran Bretaña entre abril y junio de 1982.
“1982 en nuestra propia historia”, es el título de la sala temática y refleja nada menos que el punto de vista de los residentes de las Islas Malvinas desde el momento de la llegada de los militares argentinos al archipiélago y hasta el final del conflicto bélico.
El espacio está decorado con decenas de fotos, entre las que se destacan algunas imágenes tomadas por los residentes dentro de sus casas al momento del ingresos de los tanques argentinos. También se expuso la imagen de un panfleto presuntamente repartido por el ejército argentino a los locales con el fin de entablar un vínculo durante el comienzo de la guerra.
Así y todo, el registro de mayor impacto emocional es un documental expuesto en una pantalla gigante y titulado “Esta es nuestra historia”. Durante más de 15 minutos se muestran imágenes y fotos de la guerra y, de manera constante, se escuchan los testimonios de los residentes civiles locales y sus respectivas experiencias. El video finaliza con la ya famosa imagen de los soldados argentinos en plena rendición, con sus 18 y 19 años y sus débiles estados físicos, mientras se escuchan en simultáneo las palabras de alegría y alivio de los residentes locales por haber ganado la guerra y puesto fin al conflicto bélico.
Uno de los cuatro periodistas argentinos que viajó a las Malvinas en el vuelo de Latam de San Pablo-Córdoba-Malvinas es un ex combatiente. Regresó al archipiélago por primera vez desde su participación en la guerra. Ese preciso final del documental lo hizo quebrarse en un llanto desconsolado.
El coleccionista de huesos
Al sur de la ciudad de Puerto Argentino hay una residencia muy particular. Se trata del domicilio de Mike Butcher, quien se encargó durante años de coleccionar, limpiar y montar los esqueletos de diferentes tipos de ballenas de la zona. Y lo hizo en el patio de su casa.
El “coleccionista de huesos” expuso al menos cuatro variedades de esqueletos de diferentes tipos de ballenas en el simulado jardín delantero de su hogar.
Sin la necesidad de convertir su domicilio en un museo natural, Butcher no tuvo mejor idea que colgar un cartel en una de las vallas de madera de la entrada y poner una lata sin tapa en el suelo. Allí, pide a los visitantes que dejen limosna para que él pueda persistir en la práctica de su hobby.
Así y todo, la casa de Butcher no es la única que expone los restos óseos de los cetáceos. En el jardín delantero de la Catedral de Puerto Argentino se erige un monumento formado por una especie de arco con huesos de costillas de ballena. La costumbre en las Islas es que aquellos matrimonios que se casaron dentro de la Catedral se introduzcan debajo de esos huesos para tomarse las primeras fotos como recién casados.
Antonina, la primera argentina en declarar su lealtad a la corona británica
Cerca del extremo este de la calle Ross Road se encuentra el cementerio de Puerto Argentino. Allí, entre la turba típica del terreno malvinense y las tumbas desgastadas y las cruces de piedra torcidas y caídas sobre el terreno, se destaca una lápida de mármol. Es nueva. No tiene más de diez años instalada allí. Sin embargo, la persona que yace debajo perdió la vida en 1869.
La dedicación y el cuidado de la lápida confirmaron que la difunta homenajeada es una especie de heroína para los residentes en las Islas.
Se trata de Antonina Roxa, que nació en la provincia de Salta en 1807, en ese entonces perteneciente al Virreinato del Río de La Plata y quien, según muchos historiadores, fue la primera persona no británica de las Islas Malvinas en declarar su lealtad a la Corona inglesa, en 1841.
Se decía que era una suerte de “princesa”, al ser la hija de un jefe aborigen salteño. Llegó a las Malvinas en 1824 junto a una treintena de gauchos. “Roxa” formó parte de la delegación de Luis Vermet, el primer gobernador-comandante argentino en las Islas. Ya para 1829, Vernet nombraría a Antonina como ama de llaves de la residencia familiar y sede de gobierno y comadrona oficial del poblado.
Sin embargo, con la invasión británica de 1831, la historia de ese grupo de gauchos cambió para siempre. Mientras la mayoría de la población optó por abandonar la Isla ante la llegada del Imperio Británico, “Roxa” decidió permanecer allí. Fue una de las 14 personas de la comitiva de Vermet que se quedó en las Malvinas.
Con el pasar de los años, afianzó su relación con los británicos y hasta se convirtió en una especie de médica de la ciudad. También reforzó su perfil empresarial: llegó a poseer decenas de animales y se adueñó de un campo de unas 2.428 hectáreas. Murió a los 62 años, víctima de un cáncer.
Casi cien años después, los entre 10 y 15 argentinos residentes en las Islas Malvinas optaron por adoptar un perfil extremadamente bajo.
Infobae se contactó con dos argentinos residentes en la capital malvinense (y ambos casados con ciudadanas nacidas en las Islas). Ninguno quiso brindar su testimonio. Temían represalias tanto en las redes por parte de sus compatriotas, como en su propio lugar de residencia, por los compañeros de trabajo o del barrio.
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