«El racismo infelizmente no ha desaparecido, pero sus manifestaciones objetivas son menos agudas que en el pasado”, aseguró el historiador francés Jean-Frédéric Schaub en entrevista con Infobae Cultura. “Nuestra sensibilidad, afortunadamente, sí que es mayor”, señaló Schaub, uno de los invitados centrales de la reciente cuarta edición de La Noche de las Ideas.
El doctor en Historia por la École des Hautes Études en Sciences Sociales opinó en este sentido que “grandes catástrofes raciales” como la trata negrera europea del siglo XVIII, el exterminio de los pueblos originarios en la pampa argentina en el siglo XIX y el de los judíos en Europa en el siglo XX “no se comparan con situaciones actuales”.
Mientras el atardecer se adueñaba lentamente del jardín del Viejo Hotel Ostende, el historiador francés abordó con claridad y precisión los imperativos a los que responde el pensamiento racial, la violencia racista que amainó “de forma absolutamente espectacular” en Francia y las políticas “de diseño racista” en América Latina.
A su paso por Buenos Aires, Schaub también presentó su ensayo Para una historia política de la raza (Fondo de Cultura Económica), en el que busca dilucidar los procesos políticos por los cuales poblaciones e individuos fueron y son categorizados bajo el criterio de la raza, entendida como una construcción social y política.
Arrojando su mirada sobre Francia, Schaub -quien enseña la formación de las categorías raciales en el largo plazo de la historia de Europa y sus colonias- consideró que la violencia racista en su país «es muy muy inferior, mucho más limitada de lo que pudo haber sido hace 40 años”.
A la vez, el autor de libros como ¿Tiene Europa una historia? y La Francia española. Las raíces hispanas del absolutismo francés no vaciló en afirmar que “todas las repúblicas latinoamericanas se ven afectadas por el fenómeno de la pigmentocracia”. Y señaló en su español fluido que el proyecto “de blanquear el paisaje social y demográfico trayendo a inmigrantes europeos para ahogar la presencia física de los originarios y de los afrodescendientes en una población cada vez más blanca ha sido una política claramente de diseño racista”.
Schaub se mostró entusiasmado con su primera participación en La Noche de las Ideas en Argentina, donde disertó sobre “Entender el pasado del racismo presente para que no tenga futuro” en Ostende y Mar del Plata. “Estaba abarrotado y había muchas preguntas. ¿Qué más puede pedir un profesor cuando se dirige al público?”, reflexionó sonriente sobre su experiencia a orillas del Atlántico.
—¿Actualmente las políticas raciales tienen tal vez más visibilidad que antes?
—No, creo que las políticas raciales son antiguas. Es muy difícil decir por ejemplo que hay políticas raciales más intensas hoy que en el pasado, más bien pienso lo contrario. Pero el problema es que no estamos hablando de una realidad que se pueda medir como la temperatura con un termómetro. Y es que a veces tenemos la sensación de que un fenómeno es más presente no porque lo sea, sino que porque somos más sensibles a esa realidad.
Piense en el tema de los abusos sexuales en todos los países occidentales después del movimiento Me Too. Lo que está apareciendo no es que los comportamientos delictivos de hombres contra mujeres crezcan en número, sino que la sensibilidad tanto de hombres sanos como de mujeres en relación con esos abusos es una sensibilidad mucho más aguda que hace diez años. Y entonces podría pasar un poco lo mismo con el tema racial. Si nos referimos a las grandes catástrofes raciales, por ejemplo la trata negrera europea del siglo XVIII, el exterminio de los judíos en Europa en el siglo XX o el exterminio de los originarios en la pampa argentina en el siglo XIX, esas grandes catástrofes creo que no se comparan con situaciones actuales.
Incluso tenemos ejemplos estremecedores hoy en día como declaraciones aberrantes y verdaderamente repugnantes del presidente Bolsonaro sobre los originarios de la región de la Amazonia. Pero el hecho es que objetivamente en términos de masacres, de segregación, nuestros tiempos son tiempos donde el racismo infelizmente no ha desaparecido, pero sus manifestaciones objetivas son menos agudas que en el pasado. Pero nuestra sensibilidad, afortunadamente, sí que es mayor.
—¿El hecho de los partidos de extrema derecha que avanzan en Europa puede modificar esta situación?
—Ahí le voy a decir una cosa que puede parecer contraintuitiva, partiendo del caso que mejor conozco, que es el de mi país, Francia. En este mismo momento el 25 por ciento del electorado que se digna a votar vota por el Frente Nacional, que es el partido tradicional de la extrema derecha francesa, que ahonda raíces en el rechazo claramente racista contra los inmigrantes y en particular contra los que proceden de África del Norte, o sea de Argelia, Túnez y Marruecos. Resulta que en este país, donde el 25 por ciento de la población vota a la extrema derecha, la violencia racista ha amainado de forma absolutamente espectacular en relación con lo que era la situación hace 40 años. En la época de los presidentes Pompidou, Giscard d’Estaing e incluso al inicio de la época de Mitterrand, grupúsculos de la ultraderecha francesa mataban a inmigrantes árabes a palos, a tiros o con navajas en proporciones verdaderamente inimaginables hoy, tipo 15 por año. Ese tipo de violencia racista contra los inmigrantes literalmente ha desaparecido. Hay violencia policial, pero violencia venida de la ciudadanía o de grupos racistas ha desaparecido de hecho.
Entonces he aquí una gran paradoja. En el 2015, que fue un año horrible en Francia, con más de 200 muertos por atentados de personas fanatizadas de grupos islamistas, no ha habido ni un solo crimen contra personas que pertenecen a los colectivos de magrebíes o árabes viviendo en Francia. Ha habido algunas pintadas en las fachadas de unas mezquitas, por ejemplo, pero agresiones físicas no ha habido ni una. Y, sin embargo, es en nombre de una forma radicalizada de Islam y de la mano de hijos de inmigrantes del Magreb que se cometieron todos esos atroces asesinatos del 2015. Entonces una sociedad que es capaz de controlar sus pasiones hasta el punto de no desarrollar ninguna actitud de venganza frente a una agresión de este calibre es una sociedad ambivalente, donde sin duda hay racismo, donde sin duda hay apoyo a la extrema derecha, pero un apoyo que se debe tanto más a la desesperación de la clase obrera por la desindustrialización del país. Y sin embargo es un país, repito, en el que la violencia racial es muy muy inferior, mucho más limitada de lo que pudo haber sido hace 40 años.
—¿De qué se alimentan las políticas raciales? ¿Cómo explotan la alteridad y el miedo al otro?
—Me parece importante resaltar que lo propiamente racial tiene que incorporar un elemento, que es el hecho de que lo que se rechaza de determinados grupos en parte reside en el cuerpo de esas personas. Dicho de otra forma, no se trata solo de discriminar a personas por sus creencias o por sus costumbres, sino por la idea de que creencias, costumbres, identidades, características, se transmiten de generación en generación, según procesos en los cuales interviene el cuerpo de las personas. Es decir, la sangre, la leche, el semen. Y eso es lo que hace la característica especifica de la segregación de tipo racial. También creo que merece la pena pensar que lo racial no es mayoritariamente rechazo a lo otro, sino más bien una dinámica política que consiste en convertir a determinados colectivos en otros, es decir en alterizar a la gente más que en rechazar a gente ya de por sí objetivamente diferente.
—Usted acaba de mencionar el tema de la sangre como argumento racial. En América Latina existe una marcada presencia de los mestizos. ¿Cómo se desenvuelve aquí este fenómeno?
-Es un secreto a voces decir que todas las repúblicas latinoamericanas se ven afectadas por el fenómeno de la pigmentocracia. Todas. Hay algunas formas más o menos agudas. Está claro que el proyecto del Cono Sur de blanquear el paisaje social y demográfico trayendo a inmigrantes europeos para ahogar la presencia física de los originarios y de los afrodescendientes en una población cada vez más blanca ha sido una política claramente de diseño racista, aunque no de exclusión como pudo haber sido en Estados Unidos.
La marginación de los mestizos empieza prácticamente con el establecimiento de una sociedad española en las Américas. Es decir, contra algunas ideas muy populares en los últimos tiempos, creo profundamente que la sociedad española que sale de la Península a finales del siglo XV y se viene estableciendo en las Américas vía conquista a partir del siglo XVI, esa sociedad a lo que aspira no es en absoluto a crear un mundo nuevo, sino a crear otra España fuera de España, intentando dejarse influenciar poco o nada por el medio ambiente, por el clima, por los paisajes y por las poblaciones originarias de las Américas.
Pero, como todos sabemos, los españoles que llegan célibes y sin mujeres en los primeros barcos a los nueve meses de llegar a las Américas se hacen padres de criaturas que son niños mestizos. De esos niños mestizos lo único que se puede decir es lo siguiente: es que si bien sabemos por las crónicas y por los correspondencias que parte de ellos fueron criados en la casa del padre, según hábitos e incluso con vestimenta de tipo europeo español, mientras que otros se fueron a vivir a aldeas indígenas, rápidamente la regulación que se impuso en las sociedades coloniales fue que aquellos niños mestizos que habían nacido de mujeres indígenas no casadas con el padre conquistador eran niños considerados pues como bastardos. Y al ser bastardos no podían ser limpios de sangre.
Es cierto que una excepción es la de aquellos niños nacidos de mujeres indígenas, en general de la aristocracia azteca o incaica, que se convirtieron primero al catolicismo y luego desposaron al padre de sus hijos por la Santa Iglesia. En ese caso esos niños sí eran considerados como limpios de sangre y por consiguiente podían gozar de todos los privilegios reservados para los españoles. Pero es importante resaltar que aquellos mestizos nacidos de legítimo matrimonio pasado por la Iglesia fueron una ínfima minoría en el mundo de los mestizos. Dicho de otra forma, la gran mayoría de los mestizos fueron considerados como bastardos ilegítimos y no limpios de sangre, lo cual acarreaba una posición social de inferioridad clara con la población de la república de españoles, aunque hubieran sido criados en la casa de su padre.
—¿Los Estados nacionales modernos inciden en estas políticas?
—Hoy menos que antes. Yo creo que el momento fundacional de los Estados nacionales, el momento verdaderamente de erupción volcánica del Estado nacional, dicho de otra forma, la segunda mitad del siglo XIX, coincide con una radicalización muy clara de las ideologías de rechazo racial a las minorías. Digamos que la aventura trágica del nazismo es hija directa del desarrollo patológico de las esencias nacionales tal como se vinieron desarrollando en la segunda mitad del siglo XIX. En el caso europeo, creo que el hecho del Estado nacional en parte ha sido desactivado por la dinámica de construcción europea. De tal manera que no creo que hoy día los Estados naciones por sí mismos incentiven políticas raciales de forma tan aguda como pudo haber sido hace 100 años.
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