París, 4 nov (EFE).- En el París de la pandemia, las librerías también entran en cuidados intensivos. Es el caso de la mítica Shakespeare and Company, paradigma de las letras anglófonas y templo de los amantes de la literatura, que ha debido lanzar una petición de ayuda a sus seguidores alertando de su situación.
Con una caída de las ventas del 80 % este año y tras la imposición de un nuevo confinamiento en Francia, envió un mensaje a sus clientes para avisar de que su futuro en este fatídico año no estaba nada claro.
La respuesta, según indica en una entrevista a EFE su copropietario David Delannet, ha sido «una ola de amor».
«Es tan bueno tener algo positivo en este contexto. Durante el confinamiento lo normal hubiera sido recibir unos quince, veinte o treinta pedidos por internet, ahora tenemos más de cien diarios y algún día más de mil», explica desde la célebre librería.
En total han recibido cerca de 5.000 pedidos en poco menos de una semana, según Delannet, casado con la estadounidense Sylvia Whitman, hija del fundador de la tienda, George Whitman.
Whitman (New Jersey, 1913 – París, 2011) la abrió en 1951 y la bautizó así en honor a la librería independiente que la estadounidense Sylvia Beach dirigió entre 1919 y 1941 también en la capital francesa y que sirvió de punto de encuentro y trampolín a Hemingway, Fitzgerald o Joyce.
En los 60 la transformó en una especie de comuna de jóvenes escritores y desde entonces han dormido en ella más de 30.000 aspirantes de todo el mundo.
Pero hace meses que esta esquina del barrio latino, frente al río Sena y la catedral de Notre Dame, no muestra su habitual trasiego. Ya no hay turistas, ni curiosos, ni esos estudiantes con aires bohemios que se acercan con adoración para enconmendarse a sus ídolos.
El problema, advierte Delannet, no va a solucionarse con este pico de ventas, que solo ayudará a reforzar las cifras de este mes pero no a superar la tormenta.
Si las librerías francesas consiguen, como reclaman desde hace una semana, ser consideradas comercios esenciales y reabrir durante el confinamiento, que finaliza en diciembre, la situación de Shakespeare no cambiará mucho pues su público es principalmente turístico y ha perdido de momento el 70 % de su clientela.
EL RIESGO NO ACABA
«Si en 2021 seguimos sin vacuna, con las fronteras cerradas y sin poder viajar, vamos a estar en las mismas», dice Delannet.
Asumen que quienes ahora han hecho un esfuerzo por ellos no pueden comprar un libro cada semana y, aunque podrán acogerse a las ayudas gubernamentales, el respaldo estatal es menor porque su sector no está considerado esencial.
«No quiero que parezca que nuestro destino es grave, hay gente que está en mayor dificultad, pero este es un sitio emblemático de París y tenemos la responsabilidad de conseguir que sobreviva. Confío en que lo haremos, pero no sé de qué manera», explica.
Tras una década marcada por la expansión del negocio y que ha permitido ampliar la librería y cumplir uno de los sueños de Whitman al abrir una cafetería, Shakespeare prepara ahora un plan de rescate para no salir raquítica de la pandemia.
«Estamos poniendo en marcha una comunidad que se llamará ‘Los amigos de Shakespeare and Company’ para que además de hacer pedidos por internet nuestros amigos puedan acceder a un contenido exclusivo en internet con entrevistas, intervenciones de artistas y clubs de lectura durante 2021. Lo estamos estudiando», dice Delannet.
Mientras readaptan su organización para afrontar la tromba de pedidos en línea -cuya entrega se prolongará más de lo previsto por las circunstancias-, batallan con las autoridades locales para que reconozcan su particular situación como puente entre la cultura y el turismo, dos de los sectores más tocados por la pandemia.
Tienen detrás buenos amigos dispuestos a pelear como ellos, como los artistas Neil Gaiman y Dave Eggers, que han prometido retratar a quienes hagan compras superiores a 500 euros en la web del local, o el expresidente François Hollande, que este martes pasó a visitarlos y prometió presentar su caso al Ministerio de Economía.
En paralelo, Whitman y Delannet llevan su caso ante el Ayuntamiento, doblan los esfuerzos para vender por internet y reflexionan sobre la creación de una asociación que permita perennizar la librería y que los futuros donantes tengan alguna ventaja fiscal.
«No creo que Shakespeare desaparezca completamente, pero si no hacemos nada, si no hubiéramos lanzado esa llamada, ¿podríamos continuar siendo una residencia de escritores? ¿Seguir con nuestras lecturas semanales, premios y encuentros con autores? Seguramente no», asume Delannet.
María D. Valderrama