Alberto Fernández desplegó una acción global para comprar vacunas contra el COVID-19 frente a la probable segunda ola de pandemia que amenaza al país. En este contexto, inició negociaciones con empresas privadas -AstraZeneca y Pfizer- y con Rusia y China, que le garantizaban producción masiva y rápido envío a Ezeiza.
Pero el plan del Presidente se trabó en China, cuando el embajador Luis María Kreckler decidió tomarse una “licencia ecológica” por contaminación (artículo 75 del reglamento de la Cancillería) y voló hacia la exclusiva isla de Hainan, adonde la elite del sistema chino aprovecha la arena blanca, cena mariscos increíbles y compra en el duty free más grande del planeta (120.000 metros cuadrados de tienda).
Los gritos del ministro de Salud, Ginés González García, se escuchaban a la distancia cuando se enteró de que Kreckler estaba en Hainan, mientras que Alberto Fernández exigía que se cerrara la compra de 15 millones de vacunas en China.
El embajador argentino lleva décadas en el tablero diplomático y entendió la gaffe: regresó de la playa, pero no se puso a disposición. Continuó con su licencia ecológica por contaminación aunque conocía la insistencia presidencial para firmar un acuerdo con las empresas chinas financiadas por el régimen comunista.
La diplomacia china presta muchísima atención a las formas y jamás avanzará en un acuerdo comercial si no participa el embajador asignado desde la metrópolis. En este caso, Beijing no cerraría ningún acuerdo por las vacunas hasta pactar las últimas condiciones con Kreckler, que se había corrido del diálogo diplomático, se aburría en los almuerzos y prestaba poca atención a los cables cifrados que llegaban desde Buenos Aires.
La negociación de la vacuna china es protagonizada por Ginés González y las empresas asiáticas Sinopharm, Cansino Biologics y Sinovac. Cada vacuna china está cotizada en 20 dólares y su acceso comercial se calcula para fines de marzo de 2021.
Sin embargo, estos cálculos comerciales y políticos se postergarían en el tiempo por la crisis diplomática que se abrió en la embajada argentina en Beijing. Ginés González es amigo de Kreckler y le advirtió sobre su situación política en la Cancillería. El embajador agradeció el gesto y continuó con su propia agenda.
Felipe Solá no se lleva con Kreckler, y Alberto Fernández no tiene relación. El canciller encontró la oportunidad, hizo las consultas con la Casa Rosada, y emitió una orden de desplazamiento del embajador en China que se publicará en el Boletín Oficial. Cuando eso suceda, Kreckler tiene 45 días para mudarse desde Beijing a Buenos Aires.
La solución a la crisis diplomática en Beijing abre dos nuevas instancias políticas con final abierto. En primer lugar, Alberto Fernández deberá extremar sus contactos con Xi Jinping si quiere las vacunas chinas en marzo. Sin embajador, la burocracia china será cautelosa y eso implica plazos larguísimos para completar los acuerdos y acelerar los envíos de la vacuna a Ezeiza.
A su vez, la embajada argentina en Beijing es una plaza diplomática con volumen geopolítico que será tironeada entre la Casa Rosada y el Instituto Patria. Cristina Fernández de Kirchner no perderá tiempo para poner en China a un jugador propio. Solá tiene otra idea.
Mientras tanto, la Argentina solo tiene 300.000 dosis de la vacuna rusa Sputnik V que llegaron cerca del mediodía a Ezeiza. No está cerrado el acuerdo con Pfizer y se atrasó la producción de AstraZeneca-Oxford. La vacuna china llegará, si todo se encarrila en los próximos días, cuando comience la primavera en Beijing. Para esos días, el embajador Kreckler ya estará en Buenos Aires.
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