Seductora, alegre, bailarina. De tez blanca, cabello usualmente rojo y rasgos marcados. A veces sonriendo, otras haciendo muecas y luego posando sensual. Así es Margarita Posada, versátil, expresiva y sencilla.
Es bogotana, periodista y escritora y siempre está acompañada de su gran danés: Primo Azabache, que al igual que ella es imponente y llamativo. En 2005 publicó su primera novela, De esta agua no beberé (Ediciones B); y en 2008, Sin Título, 1977 (Alfaguara).
Margarita es amante del yoga y durante su vida ha tocado las puertas y corazones de entidades públicas en Colombia como la Presidencia de la República, y medios como El Tiempo, la Revista SoHo y Arcadia, por nombrar algunos. También ha sido jefa de prensa en festivales culturales y presentadora de televisión.
Pero quizá uno de los entornos que más ha habitado es su propia mente, y el producto de eso fue su primer libro de no ficción titulado Las muertes chiquitas, una creación personal en la que narra cómo, tras un viaje a Europa, ha tenido que convivir con una enfermedad muchas veces invisibilizada por los demás, pero también por uno mismo: la depresión.
Sobre esta última publicación Margarita Posada estará conversando junto a Melba Escobar y David Lar, este 31 de enero, en el último día del Hay festival con Sede Digital en Cartagena.
Infobae Colombia habló con ella para conocer más detalles de su último libro y su relación con la depresión y con las letras.
¿Por qué decidió hablar en primera persona sobre la depresión y no utilizar la ficción para narrar esa historia? ¿Por qué no crear una mujer que sufre de depresión y en vez de eso hablar en nombre propio?
Desde que publiqué mi primer libro y me acerqué al mundillo de los escritores vi cómo muchos afirmaban con falsa humildad y desdén por quienes lo hacían, que contar algo sobre sus vidas no merecía la pena porque lo que le importaba a un verdadero escritor era el artilugio de la ficción.
Y bueno, yo me di cuenta de que el poeta es un gran fingidor, como dice Pessoa en ese verso: Finge tan completamente, que a veces finge que es verdad el dolor que de veras siente. Y entonces me propuse no fingir nada en este libro, ni revestirlo de ironía, aunque inicialmente me propuse armar una ficción a partir de muchos personajes reales y cercanos a mí que se han quitado la vida, pero pronto me di cuenta de que ese libro era sobre mis propias cuitas y no admitía nada más que una verdad honesta y visceral.
En algunas entrevistas ha comentado que no quería que este texto fuera de “autoayuda”, ¿Por qué era importante que su libro no terminara en los anaqueles de este género?
Como le oí alguna vez a Sabina: “Todos los libros son de autoayuda excepto los de autoayuda”. Era imposible que mi libro fuera de autoayuda porque no está escrito como una receta, que es la forma en la que gran parte de los libros de autoayuda están escritos. Era imposible que fuera de autoayuda porque yo no me he curado de nada ni me he vuelto maestra de nada, ni tengo consejos para darle a nadie.
En realidad el miedo tenía que ver con mi ego, porque a veces cuesta aceptar que un escritor hace lo que puede. Afortunadamente me deshice de ese miedo y escribí con la entraña que es, a fin de cuentas, la única manera que conozco de escribir. Y si alguien lo toma como un libro de autoayuda o lo ponen en los escaparates de autoayuda, ¡pues fantástico! Ya no me importa si soy una escritora de culto, o si soy una escritora de pacotilla, porque eso sólo lo determinan los lectores y el tiempo.
Después de hacer este libro, su primero de no ficción, cree que tiene más afinidad con ese género?
Adoro la ficción, tiene caminos infinitos. Ahora mismo estoy escribiendo ficción, lo cual no quiere decir que me desligue de mis experiencias y que tome mucho de lo que veo a mi alrededor para escribir.
En otras oportunidades ha dicho que este libro le tomó mucho tiempo hacerlo. ¿Qué fue lo más aprendió durante esas pausas prolongadas antes de retomar la escritura? ¿Qué aprendizajes le dejó escribir su propia historia?
No creo que yo escriba para aprender. Yo escribo como respiro, y este libro se escribió con una tremenda dificultad para respirar. Por eso me demoré tanto.
¿Qué cree que fue fácil y que le costó más trabajo?
Nada es fácil en la escritura si realmente quieres ser un escritor. Pero tampoco es tan difícil como para que te prives de hacerlo solo porque no vas a ser Dante o Shakespeare. Duele, pero rico.
Después de hacer un libro que habla de la depresión, ¿Qué piensa de ella? ¿Cambió en algo su percepción sobre la enfermedad?
Lo que sé de la depresión es que es una gran aversión al dolor y que se vuelve casi una adicción vergonzante cuando no eres capaz de abrir la bocota y decir: sí, tengo todo y mi cabeza a veces me hace creer que no tengo nada y que estoy al borde de un abismo. La depresión es el nuevo clóset porque nos da vergüenza sentirnos miserables sin tener motivos para hacerlo.
¿Por qué darle el nombre de Las muertes chiquitas? ¿Pensó en algún otro título para el libro?
Se llamaba HABLEMOS DE OTRA COSA, porque siempre que uno intenta hablar seriamente de esta enfermedad, la gente sale con frases como esa. Pero me decidí por Las muertes chiquitas porque era un título sugestivo que hacía alusión a los orgasmos femeninos (así los llaman en francés y en México por la influencia francesa), y como a mí siempre me encasillaron (y me dejé encasillar) en ese papelito de la femme fatale por ser columnista de sexo de SoHo, me pareció una buena ironía que el lector viera la paradoja de ser la que soy dentro de la femme fatale que proyectaba ser. Esa es quizás la única ironía que tiene este libro.
¿Qué es lo que más te gusta de escribir?
Escribir, como respirar y nadar en el agua, son las únicas maneras que encuentro de estar presente sin estarlo del todo. Por eso lo hago. No tengo otro remedio.
¿Cómo va el nuevo libro?
El plan de la editorial es lanzar mi próximo libro en la Feria del libro de Bogotá. Es una sátira sobre el ego que lleva por nombre EL HIJO DE DIOS QUE QUERÍA UN ROLEX y bueno, yo espero con ansias terminarlo, sobre todo.
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