Luiz Inácio “Lula” Da Silva ganó las elecciones brasileñas con una mínima diferencia sobre el actual presidente Jair Bolsonaro.
A diferencia de sus dos primeros gobiernos consecutivos (2003-2010), la popularidad de Lula ha disminuido considerablemente. Su victoria parece ser más resultado del temor a un segundo mandato de Bolsonaro que a un rotundo apoyo al líder del Partido de los Trabajadores. Lula, a pesar de su anterior condena por corrupción, parecía ser la única alternativa a un gobierno caótico, antiliberal y con instintos fascistoides y autoritarios. El desprecio negligente de Bolsonaro por los efectos de la pandemia llevó a Brasil a tener una de las tasas más altas de muertes por COVID per cápita en el mundo entero. Bolsonaro se resistió al uso de máscaras, bloqueó los esfuerzos de los gobiernos locales para imponer confinamientos, deshecho la pandemia como una “pequeña gripe” y subestimó la importancia de las vacunas.
Es así que Bolsonaro tardó varios meses en comprar las vacunas. Lo que es peor, siguiendo el consejo de Trump, también impulsó la compra de hidroxicloroquina. Tampoco queda claro qué papel jugaron sus comentarios públicos racistas y misóginos en su derrota.
Habiendo dicho todo esto, es importante centrarse en lo que Lula va a hacer a continuación.
Lula dijo que gobernará para todos y no solo para los que votaron por él. Esto tiene sentido ya que su victoria fue estrecha.
Lula tendrá ahora que escuchar no solo a sus partidarios tradicionales del Movimiento Sin Tierra y la Unión de Trabajadores (CUT), y otros grupos de izquierda fuertemente ideológicos que han influido asuntos de política doméstica y exterior. Lula no tendrá mayoría en el Congreso. En la última elección legislativa que tuvo lugar a principios de octubre, Bolsonaro y sus partidarios obtuvieron el control de la mitad de la cámara baja del Congreso. En el Senado, Bolsonaro ganó varios escaños importantes. En estas circunstancias, Lula tendrá dificultades para aprobar leyes a menos que obtenga el apoyo de los legisladores de centro-derecha que se negaron a apoyar a Bolsonaro u otros aliados no tradicionales.
En el pasado, Lula respetó el proceso democrático y constitucional. En el plano interno, incluyó a la clase empresarial en su gabinete y llevó a cabo una política económica socialdemócrata. Sin embargo, su política exterior fue muy peligrosa para la región y para el mundo.
Lula fue el principal líder de ;a izquierda democrática en brindar su apoyo a los regímenes de Chávez y Castro en Venezuela y Cuba (aunque no se unió a las alianzas formales que establecieron estos regímenes, como el ALBA). Bajo Lula, Brasil reclamó el liderazgo sobre una región que quería desvincularse de la influencia de los Estados Unidos. En ese sentido, ayudó a fortalecer la ideología de Chávez que permitió y protegió las tiranías regionales. En el escenario global, Lula se unió a BRICS, una organización internacional de economías emergentes formada por Brasil, Rusia, China, India y Sudáfrica, cuya agenda política era su oposición a un mundo unipolar dominado por Estados Unidos. Luego promovió las relaciones Sur-Sur que tenían como objetivo fortalecer las relaciones entre los países latinoamericanos y otras naciones poscoloniales “oprimidas”, incluidos los estados árabes e Irán.
La arrogancia de Lula llegó al extremo de intentar quitarle el papel a Estados Unidos como pacificador entre Israel y los palestinos y junto con la Turquía de Erdogan propuso un plan inaceptable para resolver la crisis nuclear de Irán que asombró incluso al pacifista ex presidente Barak Obama. También realizó una visita al Irán de Ahmadinejad no sin fanfarria en el momento en que se intentaba frenar el desarrollo nuclear de la República Islámica y esta continuaba sus declaraciones genocidas contra el Estado de Israel.
Bajo los gobiernos anteriores de Lula, la idea de “autonomía nacional” lo llevó a negarse a unirse a la Guerra Global contra el Terrorismo. Como nos recuerda la académica brasileña Sophia Luiza Zaia, la ministra de Seguridad Institucional de Lula señaló que “incluso si apareciera un problema, no admitiremos que el problema existe”.
Pero más recientemente, las declaraciones públicas de Lula tampoco fueron particularmente alentadoras. Al referirse al reconocimiento que la comunidad internacional le otorgó a Juan Guaidó como presidente de Venezuela, Lula llamó a Guaidó un impostor y dijo que el mundo no está respetando la soberanía y la legitimidad del proceso político interno en Venezuela. Prometió tratar a Venezuela con respeto. Por supuesto, no dijo una palabra sobre el hecho de que el gobierno de Maduro es una dictadura que ganó las elecciones a través del fraude, la intimidación y el uso de la maquinaria gubernamental, sin consideración por la soberanía del pueblo. Lula también se ha negado a condenar las violaciones de derechos humanos en Nicaragua y Cuba.
Lula también se ha pronunciado en contra de la invasión rusa de Ucrania. Él cree que los EEUU y la Unión Europea también son responsables de expandir la OTAN y de no comprometerse con Rusia de que Ucrania no se unirá a la alianza transatlántica. En los Estados Unidos, académicos como John Mearsheimer y otros creen lo mismo. Pero ninguno de ellos es capaz de proporcionar una justificación para las masacres, las violaciones de los derechos humanos y los asesinatos aleatorios de civiles que está llevando a cabo Rusia. Mas aun, las flechas de Lula apuntaron al presidente ucraniano, Vladimir Zelensky, a quien calificó de ser un farsante y de ser tan culpable como Putin por esta guerra a pesar de la clara agresión y victimización del pueblo ucraniano por parte de Rusia.
Los conceptos de Lula sobre política exterior y de seguridad y relaciones internacionales presenta serios retos. No es un socio garantizado y por ahora no se puede confiar en él. Esto significa que la Administración Biden debe tratar con cuidado al hombre y proponer una estrategia realista. Las lindas palabras no ayudarán. Biden podría acercarse a Lula por el método del garrote y la zanahoria.
Por un lado, Estados Unidos podría ayudar a Brasil a detener la deforestación. Si Lula acepta esta oferta, podría ser una gran oportunidad. Hoy, China está involucrada de lleno en los proyectos de infraestructura de Brasil, que también incluyen la región amazónica, donde el gigante asiático ha contribuido a una gran deforestación. Dado que China importa productos agropecuarios masivamente, en las zonas de la selva amazónica y la sabana del Cerrado, dos tercios de la tierra fueron despojados de vegetación para permitir el pastoreo de ganado. La deforestación ilegal, los incendios forestales, la minería ilegal y la invasión de tierras indígenas y unidades de conservación han tenido lugar en Brasil con la ayuda de China y para servir a China. Este problema generó un serio debate sobre las políticas ambientales en torno al efecto destructivo de estos proyectos.
Este desastre ambiental, la intrusión en tierras indígenas y el papel que ha jugado China, han sido una fuente de gran debate y conflicto en Brasil. Si Estados Unidos puede encontrar formas creativas de ayudar a Brasil, es probable que aumente su influencia sobre el gigante sudamericano.
La Administración Biden también puede hablar de importar petróleo de Brasil, particularmente dada la actual crisis energética generada por la guerra en Ucrania. Brasil es un gran productor de petróleo y sus exportaciones también van en gran parte a China. Establecer acuerdos petroleros con Brasil podría ser una mejor idea que hacerlo con Arabia Saudita y mucho menos con Venezuela.
Pero Biden debe insistir en que Lula no dé legitimidad al autoritarismo en la región. Asimismo, debe convencerlo de que apoye los esfuerzos de Ucrania para sobrevivir y mantenerse alejado de Irán.
Ejercer presión sobre Lula es crucial, particularmente en un momento en que Irán y Rusia fortalecieron su asociación debido a la guerra en Ucrania (Irán ha proporcionado drones y otros materiales de guerra a Rusia). Ambos tienen interés en América Latina, y ambos buscan aumentar su influencia en el continente. Los regímenes venezolano y cubano son las puertas a través de las cuales estas dos entidades forajidas penetran en la región. Es probable que Rusia incremente el carácter autoritario de países como Venezuela y Cuba y quizás también Colombia, Perú y ciertamente Nicaragua. Irán ya está utilizando a Hezbolá y sus conexiones con el narcotráfico y las comunidades chiitas locales para recaudar dinero para sus guerras en el Medio Oriente. Es probable que Irán aumente su capacidad para llevar a cabo un acto de terror contra una entidad estadounidense u occidental.
Sin embargo, lo cierto es que, dadas sus últimas declaraciones, la mera persuasión no funcionará con el obstinado dirigente obrero de 76 años.
La Administración Biden debería aprovechar la relativa debilidad del próximo Gobierno de Lula, particularmente su dependencia del centroderecha.
La Administración debe jugar sus cartas en consecuencia. Lula no debería ser el único objetivo de tales esfuerzos de persuasión. La Administración debe enviar delegaciones al Congreso para discutir con los colegas brasileños todos estos temas. La centroderecha brasileña y otros aliados no tradicionales del presidente deberían ser el vehículo clave a través del cual se podría asegurar la moderación de Lula. En otras palabras, el gobierno de los Estados Unidos, directa o indirectamente, debe convertirse en un cabildero. Un Lula clásico no será más que un desastre para la seguridad de la región.
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