Manipulador, egocéntrico, sin autocrítica, narcisista.
Perverso. Dijo haber “sublimado” lo sexual con su celibato.
Durante nueve páginas, dos peritos psicólogas del Poder Legislativo explicaron, analizaron y concluyeron sobre la personalidad de Alfonso Eduardo Lorenzo, el sacerdote acusado de abusar sexualmente de cinco jóvenes varones menores de edad en distintos momentos de los últimos 30 años: Diego, Juan, Julián, Roberto y Gustavo.
La pericia psicológica resultó un documento clave en la causa que investigaba al cura hasta antes de dispararse y quitarse la vida durante la noche del lunes en la sede platense de Cáritas. Con este análisis, y el de una de las víctimas, en su poder, la jueza Marcela Garmendia finalmente concedió el pedido que la fiscal Ana Medina y las víctimas habían hecho en octubre y ordenó la detención de Lorenzo.
El cura, que fue capellán del Servicio Penitenciario Bonaerense durante 30 años, quedó acorralado y sin apoyo. Dormía en una habitación de la sede de Cáritas de La Plata desde julio, cuando el Arzobisopado de esa ciudad “por prudencia, decidió tomar una medida de precaución prohibiendo al sacerdote Lorenzo cualquier actividad con menores de edad”, según dijo un comunicado de principios de diciembre.
Los espacios de poder le quitaron el respaldo en los últimos meses, concretamente desde marzo, cuando se reabrió la causa judicial en su contra y los testimonios de las víctimas comenzaron a rodar como una bola de nieve. El último testimonio fue en diciembre.
Esa misma semana Ayelén Rodríguez y Verónica Silva Acevedo, peritos psicólogas de la Asesoría Pericial La Plata entrevistaron a Lorenzo, acompañads de las peritos de las partes Paula Lambertini y Marta Provenzano (que firmó el informe pero presentó observaciones). En el informe que le elevaron a Garmendia, y que fue determinante junto al de la primera de las víctimas, para ordenar la detención, analizan que el cura tenía una “estructura psicopática perversa de la personalidad, con características de manipulación, elevado autocentramiento y egocentrismo, con escasa autocrítica y autoobservación impregnada de rasgos narcisísticos”.
Encontraron a Lorenzo con una “organización psíquica compleja”, con una imagen de sí mismo “grandilocuente, que encubre una estructura psicopática perversa de la personalidad”.
Las especialistas presentaron a Lorenzo como “narcisista, con afectividad poco empática, ausencia de sentimientos de angustia o culpa”. Y también observaron un dato inquietante: fallas estructurales en cómo él mediaba simbólicamente para satisfacer sus impulsos, que “podrían redundar en conductas regresivas en el ámbito de la intimidad”.
Lorenzo se vinculaba con las personas de modo asimétrico, necesitaba de un otro que “lo idolatre y enaltezca su autoestima” porque eso era lo que satisfacía sus deseos y lo que lo lleva a buscar tener el control siempre de la situación.
Las analistas buscaron indagar en la historia personal y familiar, en los vínculos y marcas subjetivas. Observaron sus gestos, silencios, expresiones físicas durante entrevistas en profundidad. Además le realizaron diversos tests.
Durante estas entrevistas Lorenzo fue puntual, con predisposición y se mostró colaborador. Respondió de manera fluida, con un lenguaje rico que, según las peritos buscaba “provocar un impacto” en ellas.
Se mostró conmocionado cuando habló de su vida después de la denuncia y siempre habló en tono alto, con gestos ampulosos y “conductas de alta intensidad» que subían aún más cuando las peritos le señalaron temas puntuales.
Lorenzo contó que su mamá murió cuando él tenía siete años y como su papá trabajaba muchas horas él se fue a vivir con sus abuelos paternos. Siete años más tarde su papá conformó una nueva pareja, que él vio como una segunda mamá, y que le dio un hermano, D., que actualmente tiene 47 años.
Tuvo una vida familiar social activa. Jugó al tenis y al rugby hasta que sufrieron otro golpe. La pareja de su papá era depresiva, estuvo internada en una clínica psiquiátrica y finalmente se suicidó.
Se educó en un colegio religioso y se hizo amigos, con quienes salía y se divertía. Empezó a tener interés por la vida religiosa a los 15 años, cuando se unió al movimiento “Mallines”, que hacía trabajos sociales en barrios pobres y que le cambió la vida, según dijo a las psicólogas.
Un año más tarde tuvo su única novia, Marilú, que le hizo pensar en su vida espiritual y vocacional. Habló con un sacerdote que era su director espiritual y éste le dijo que se tomara un tiempo para elegir. A los 20 ingresó en el seminario San José, “enamorado de la vocación sacerdotal”.
Sin embargo le costó adaptarse a normas con las que no se “identificaba”. El no quería ser Salesiano. “Yo quería ser cura del barrio” y hasta pensó en abandonar. También le costó el celibato. Porque temió por la posibilidad de perder “halagar y ser halagado”.
Una perito le preguntó si había “inhibido” la sexualidad y el cura la corrigió: le dijo “la sublimé”. Y confesó que a los 26 creyó haberse enamorado de una mujer, pero “Dios me llamó a la obra”.
Contó que las contradicciones se fueron “resolviendo en la misma historieta”, porque sentía que podía armar una familia en una parroquia, donde construyó, según sus palabras, un vínculo ameno con los chicos y con sus familias, quienes lo invitaban a almuerzos y cenas.
Paralelamente, Lorenzo se formó como capellán penitenciario y adquirió “jerarquía en las fuerzas”. Se reconoció como impulsivo: “no soy un angel” y dijo que con las denuncias sintió que perdió “todo” porque se hizo cura “para dar una mano”. Fue contundente con la afectación de su ego tras las denuncias: “No quería que me vieran derrumbar”, les dijo a las psicólogas.
Para las peritos, “su organización psíquica resulta compleja, erigida sobre una fachada fenomenológica de presentación obsesiva y una imagen de sí grandilocuente, que encubre una estructura psicopática perversa de la personalidad.” Por lo que Lorenzo era un “narcisista, con afectividad poco empática” que tiene “ausencia de sentimientos de angustia o culpa”.
Las peritos concluyeron que cada vez que le realizaron alguna referencia a las denuncias Lorenzo incrementó el tono de su voz e intentó imponer su análisis. Detectaron “gestualidad y actitud corporal asociada a la ira y se le torna dificultoso escuchar”.
“Presenta una autoestima enaltecida, sostenida en una exacerbada imagen de sí mismo grandiosa, cargada de atributos de perfección y benevolencia, identificada a su placer de ‘ayudar al otro’”. Pero tuvo un tono “despectivo e incluso denigratorio» para referirse a las víctimas denunciantes.
Para las peritos su personalidad le permite moverse con dos caras: una que cubre a la otra, donde los impulsos pueder romper “la barrera represiva y privilegiar su propia ley”.
En su último acto, el de su muerte, Alfonso Eduardo Lorenzo, 35 días antes de cumplir 60 años, disparó un arma contra su propio cuerpo y se quitó la vida. Evitó ser juzgado por otra ley que no fuera la suya.
Y se fue, hasta donde se sabe, sin pedir perdón.
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