Belén Longo, de abogada a escritora: “La literatura es lo menos ficcional de lo que nos rodea”

Belén Longo, de abogada a escritora: “La literatura es lo menos ficcional de lo que nos rodea”

(Adrián Escandar)
(Adrián Escandar) (Adrian Escandar/)

Cuando Belén Longo abre la puerta de su departamento en San Telmo, aparecen los guardianes: un gigantesco Terranova blanco y negro y dos perros más chicos, uno completamente blanco, otro completamente negro, que miran como preguntando: ¿y vos quién sos? Juntos forman una suerte de guardia marmolada. Como suele suceder, el que tenía el aspecto más imponente resultó ser el más tranquilo; los otros dos ladran estallados. Unas caricias y los concubinos de la escritora ya estaban a su merced. El departamento —amplio, luminoso y ordenado, “salvo por los pelos de los perros”, dice como disculpándose— es el paisaje de esta conversación con Infobae Cultura; la publicación de su primer libro, Donde mueren las mariposas, el motivo.

En noviembre del año pasado se dieron a conocer los ganadores de la primera edición del Premio Futurock de Novela 2019. Fue este texto el que obtuvo el primer lugar, los cien mil pesos del galardón y a la posterior publicación por la editorial homónima. El veredicto del jurado —formado Mariana Enriquez, Juan Diego Incardona y Gabriela Cabezón Cámara— fue el siguiente: “Tiene una prosa contundente, plantea un mundo dentro del género de la novela negra que rompe con los cánones incorporando una heroína-investigadora fuerte, feminista y singular, inspirándose en un caso real sin recurrir a sentimentalismos y resoluciones fáciles, pensando la complejidad de temas de actualidad en Argentina y en la región pero aún así respetando las reglas del género que eligió”.

Efectivamente, la protagonista, Laura, una abogada que se instaló en Salta luego de irse bajo amenaza de Buenos Aires, es una “heroína-investigadora fuerte, feminista y singular”. Frente a ella, un caso enigmático e inquietante —similar y basado en el de María Cash—: una chica que cayó en esa provincia por un empleo poco confiable desaparece y nada se sabe de ella. Para Laura, la trata de mujeres es el fondo de la cuestión. Todos encubren —el fiscal, el juez, la policía— pero ella decida avanzar por su cuenta. Es un policial verdaderamente atrapante; las páginas vuelan ante la mirada atónita de cualquier lector entusiasta. “Adaptarse en la tarea está por encima del personaje”, escribe Belén Longo, metiéndose en la cabeza de su protagonista.

(Adrián Escandar)
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Pero, empecemos por el principio. Tal vez haya que remontarse unos cuantos años atrás. Vamos. Belén es una niña, no esta mujer de 39 años, abogada y escritora ya consumada. Es una niña, vive en Laferrere con su familia. Va a la biblioteca de su casa, donde están las novelas de detectives que lee su madre y los libros políticos que apasionan a su padre. Elige algo de ficción. Toma un libro y se sienta a leer. A los pocos minutos está metida hasta el fondo de la fantasía narrativa. Ella lo cuenta mejor: «En mi casa en Laferrere había un espacio debajo de la mesa en el comedor donde iba un ventanal y una alfombra y yo me tiraba ahí a leer porque daba el sol y estaba calentito a las dos, tres de la tarde. Podría estar horas leyendo ahí”. Ese episodio, que más que un episodio es una época, es el inicio de su relación con la literatura.

“Como estoy haciendo un seminario de literatura policial en Filo, nos pidieron que recordemos cómo había sido nuestra historia con el policial y yo me traje la biblioteca de mis viejos los libros con los que yo había empezado a leer —Belén se levanta de la silla y busca en su biblioteca, saca un libro y lo pone sobre la mesa—, que son los libros de mi mamá. Mirá, una colección re vieja”. La tapa es un dibujo muy de época donde se lee La hostería misteriosa, firmada por Carolyn Keene. “Es una detective mujer, literatura para adolescentes pero de los 40 o 50. Yo todo lo que encontraba leía y obviamente que robaba los de Agatha Christie. Mi papá venía con sus sugerencias políticas pero no eran demasiado acordes para mi edad, entonces me aburría y los dejaba, pero siempre hubo mucho libro”, cuenta.

(Adrián Escandar)
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Ni bien terminó la escuela, eligió Abogacía. “Hoy te diría que hubo algo de mandato”, confiesa. “Mi viejo estudió Abogacía y dejó. A mí la carrera no me disgusta, la viví con mucha pasión durante muchos años, pero como todo lo que tiene mucho pasión después hay una contracara donde idealizás y te frustrás. Entonces pasó eso: llegó el momento en que me frustré un toque. Pero hubo algo de mandato porque yo de chica siempre pintaba, o sea, siempre tuve un costado donde necesitaba crear, pero tenía que ser hobbie”, agrega. “Siempre tuve el sueño de transformar algo del mundo, desde muy chiquita, creo que por eso estudié Abogacía. Me parece que el error fue que me metí en un mundo que justamente quiere seguir consolidando lo que ya existe”.

Entonces se dijo así misma: “Yo no puedo seguir jugando a una verdad que no es más que una construcción que ya comienza con una respuesta incluso antes de comenzar a gestarse”. Así lo explica: “En un proceso judicial se investiga una hipótesis y va hacia ahí y construye todo en pos de eso. Eso es una manifestación de lo que hacemos constantemente en todas las relaciones de poder”. A diferencia de aquel universo jurídico, la literatura cantaba otra canción: “Me parece que quizás la literatura permite abrir otro juego para cuestionar eso: no hay verdades, hay historias”.

(Adrián Escandar)
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“En 2014 renuncié a un cargo de gestión y estaba bastante triste, entonces ahí empecé a acordarme de las sugerencias de terapia que me decían ‘acordate de las cosas que te gustan’, y en ese momento yo no podía ni saber qué me gustaba. Pero bueno, apareció este recuerdo de leer en mi casa. Ahí empecé, primero, en Casa de Letras, un curso con docentes bastante piolas: José María Brindisi y Jorge Consigilio. Jorge Consiglio me comentó de la existencia de la UNA. Me dijo: ‘¿por qué no te anotás?’ Empecé en 2017. Cuando fui a la charla previa a las inscripciones me enamoré de todo lo que sucedía —dice y lanza una risotada genuina—, claramente el que va a dar clase a la UNA no tiene el mismo perfil que mis docentes de la UBA de Derecho. Era muy distinto. Me sentí re abrazada en ese mundo. Arranqué ahí y enseguida empecé a notar que yo necesitaba la rutina de escribir todas las semanas un poquito, entonces para eso era necesario el taller”.

“Tenía escrito cuentos, relatos, algunas otras cositas; en la otra vida de abogada tenía escrito artículos jurídicos, pero novelas, es la primera. Cuando termino de escribir un cuento que tenía que ver con una situación de abuso que yo viví empecé a querer escribir otros relatos de historias en donde haya mujeres que hayan padecido alguna situación, ya sea muertes, abusos, desapariciones, y la idea era hacerlo en un formato literario y narrativo. Siempre en la idea de relato corto, porque no pensé que me daba para largo. Pero en el camino, cuando empiezo a investigar, comienzo a escribir en el taller, noto que un personaje gana terreno, el de la investigadora”, dice la autora sobre el proceso de escritura.

Aún no existía Donde mueren las mariposas pero sí la idea embrionaria. En el taller grupal al que asiste le empiezan a escuchar y leer con más atención. Todos allí tienen la misma sensación: la protagonista, Laura, la investigadora, necesita más vuelo, es decir, más páginas, entonces la historia se empieza a extender. “Entonces empecé a jugar con eso y fue creciendo. Yo me inspiré en el caso de María Cash, que me interesaba pero quería ser cuidadosa porque es un caso que aún no tiene resolución y hay una familia detrás, y hay un contexto que hay que cuidarlo. Me parecía que estaba bueno despegarme del caso y darle otro enfoque, entonces me puse a laburar sobre el personaje y empezó a tener un cuerpo, una forma, una vida y en esa vida le pasaban cosas, y bueno, así se transformó en novela. Fue un proceso que se fue encaminando solo, fue fluyendo”, asevera.

(Adrián Escandar)
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—¿Laura es feminista?

—Laura es alguien que no se plantea demasiado ‘soy esto, soy lo otro’, tiene una disociación entre la cabeza y los sentimientos. Yo creo que lo que tiene es una enorme sensación de opresión que todo el tiempo la lleva a cuestionarse el satus quo, entonces necesariamente es feminista por su mirada crítica. Ahora, ¿si es una feminista con todas las letras? No. Está en proceso de aprendizaje. Está como creo que estamos todas: ensayo y error. Creo que a ella con este problemita de conectarse mucho con las emociones, todavía le cuesta un poquito más. Pero sí es claro que su mirada es súper crítica de la realidad y en eso pone en juego cualquier tipo de valores, hasta la vida. En un sentido de amplio de término, es feminista.

—¿Qué llega primero: el personaje o la historia?

—El personaje llega antes. En algún momento empecé a notar que estaba haciendo su biografía, armando una cabeza, un contexto de trabajo y eso que uno hace cuando piensa en alguien.

—Por momentos parece una súper mujer, una cosa al estilo del súperhombre nietzscheano. ¿Fue buscado eso?

—Cuando yo termino el relato de mi historia y empieza a aparecer todo esto me doy cuenta que tenía ganas de que Laura sea alguien que lo podía todo. Fue un quiebre entre un texto y el otro. Entonces sí, hubo una intención de hacerla una mujer fuerte que en realidad también es una falacia, algo impostado, porque es hipervulnerable. Es parte también de esta disociación. Hay una intención de poder todo que en algún momento se va a resquebrajar.

—¿Cómo fue construir todo el entramado de trata?

—En algún momento trabajé el narcotráfico, contrabando documental, entonces un poco de leer expedientes uno va tomando ciertos discursos o ciertas lógicas del funcionamiento de sectores de la sociedad. Y me parecía que es algo que está todo el tiempo pululando. Son cosas que todas las sabemos, que están en el imaginario de todos, en el movimiento de determinados sectores del país, es algo que está súper naturalizado. Son esas cosas que todos sabemos pero no sabemos, que se hablan pero no se hablan. La veía por ahí. Y también era una manera de despegarla del caso. Si bien hay como una fantasía de que el caso tiene que ver con trata…

—El caso de María Cash…

—Sí. No hay una línea de investigación real hacia ese camino, entonces era como crear otro universo. Y me parece que es algo con lo que estamos conviviendo, y es así. No era hacer un fantástico.

—¿Y Salta?

—Salta aparece con María Cash, con el caso. El Norte siempre me resulta una geografía súper atractiva para un montón de cosas: desde lo bello de la naturaleza hasta lo ominoso de la sociedad. Entonces me parecía que re daba ese lugar, cerraba en lo estético y en lo oscuro.

(Adrián Escandar)
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Antes de mandarlo al concurso en el que resultó la ganadora, se sometió a un proceso más minucioso. “Tenía que ponerme firme y pulir mucho, no podía hacer lo que hago como abogada porque sino era un bodrio, entonces había que darle un trabajo más”, cuenta. Luego del taller, hizo una clínica con el escritor Juan Carrá durante dos meses, que le dice que la novela estaba para presentarla en un concurso. Era su manera de medirse. “Me sugirió el Córdoba Mata. La termino para la fecha de ese concurso y después, en el taller, me sugieren que, ya que estaba, la presente en otros espacios. Entonces la presenté en el Clarín y después sale la convocatoria para el Futurock. Y bueno, la mandé sin esperar demasiado”.

Ahora, con poco más de un mes de circulando entre librerías y lectores, se lee, entre las páginas de Donde mueren las mariposas: “Un desaparecido es una marea de incógnitas”. Laura busca a Emilia, nadie sabe bien dónde está, cómo está, nadie sabe bien si todavía está. Laura utiliza a su pequeña pero sólida red de contactos de los servicios secretos, los servicios de su hermana Cele, la ingeniera, y se infiltra con su camuflaje de mujer loba en una fiesta de la alta alcurnia salteña para encontrar algo, un nombre, un dato, algo que la lleve a Emilia. En todo ese proceso desciende aún más en las miserias sociales que nos rigen y entiende que “adaptarse en la tarea está por encima del personaje” y que “el bien y el mal otra vez está dividido por una delgada línea. Un modo para ella arbitrario”.

“No es política ni filosofía, es literatura. Y en la literatura no hay que dar explicaciones”, dice Belén Longo desligándose de posibles lecturas sobre esta novela. Aunque se asume parte: “Todos contaminamos lo que escribimos con nosotros mismos”. Una anécdota: “A mi tía, que es una persona sumamente católica, se la di a leer con mucho miedo. Y se enganchó. ¿Viste lo que está pasando con el documental de Nisman, que los que pensaban que lo mataron, después de mirar la serie siguen pensando que lo mataron, y los que pensaban que se suicidó, después de la serie siguen pensando que se suicidó? Bueno, con mi tía me pasó igual: no la afectó en nada”. Otra anécdota: “Tuve un amigo que me dijo: ‘a mí me molesta por cómo es con los tipos’. Yo me río mucho de eso porque también me río mucho de mí cuando algo me interpela y me incomoda. Está bueno también. Me gusta, pero intento trato de no sentirme responsable de lo que le pasa al otro con eso”.

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Pareciera que de tanto nadar por el mar del Derecho, Belén Longo se topó con una isla enorme: la literatura. Llegó a la orilla, caminó la playa con timidez y luego se metió tierra adentro. Hoy trata de escribir todos los días, al menos un poco, como una rutina, porque, asegura, “la escritura me saca de este mundo”. Ya tiene 160 páginas de una novela. Está en proceso, aún en construcción, pero la trama ya camina sola. “Es una mezcla de un negro y un rosa. Son dos veces, sobre todo en la primera parte, donde, en el transcurso de un día, alguien aparece en la ruta con el auto encallado y sin ropa”, y se interrumpe. “Estoy espoileando”, dice y se ríe. No importa. Continúa: “Todo eso se narra desde una voz masculina, y desde su pareja, que lo está esperando en el hotel. Todo eso con flashbacks de lo que les pasó. Pero bueno, no sé qué va a pasar con esto pero estoy jugando y esto de construir voces me divierte”.

“La literatura es lo menos ficcional de lo que nos rodea. Siempre tuve el sueño de transformar algo del mundo, desde muy chiquita, creo que por eso estudié Abogacía. Me parece que el error fue que me metí en un mundo que justamente quiere seguir consolidando lo que ya existe. Me parece que la literatura permite el espacio donde podamos romper todo y poner en crisis todo, podemos cuestionar a los buenos y a los malos o hacer más buenos a los malos. Me parece que ahí está lo que nos va a hacer superadores o superados, si hay algo que haya que superar”, sostiene. Y luego de un suspiro: “Ya está, la escritura es parte de mi vida”. Sonríe, entonces los perros, guardianes de este departamento en San Telmo, entran a esta habitación, exultantes y juguetones, para cerrar la entrevista, para concluir esta conversación con Infobae Cultura.

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Fuente: Infobae