La primera oración del libro es “el consultorio es un lugar apasionado”. No es una decisión antojadiza ni arbitraria. Esa frase inspiró a todas las siguientes. “Es lo que me motivó a escribirlo -explica Gabriel Rolón a Infobae-. Ese contacto permanente con las pasiones de mis pacientes, las que los llevan a levantarse de un lugar en el que habían quedado tirados, dolidos, hasta la pasión que los lleva a ponerse en riesgos”.
El autor del reciente libro El precio de la pasión (Planeta) escribió sobre un concepto que habita y distingue todos los días en su consultorio: “Yo veo las dos caras de la pasión y trabajo con eso. ¿Cómo puedo hacer para que esa persona utilice esa pasión para salir del laberinto y no para encerrarse cada vez más? Conozco la pasión en su beta más descarnada”.
La pasión es el tema, el eje, de la novena publicación de Gabriel Rolón en doce años. Su primer libro de psicoanálisis fue Historias de diván, editado en 2007 también por Planeta. Su último, un desenfadado análisis por el torrente de la fuerza primitiva de la pasión. La describe ambivalente, confusa y heterogénea: “A veces se la confunde con la vocación, a veces con el deseo, a veces con el amor. Y la pasión es mucho más complejo: es todo eso junto y un poco más”.
“Es un libro muy heterodoxo porque en él deambulan casos clínicos reales, mitos nórdicos, griegos y criollos. Porque también hay mitologías de verdad, nuestras, personajes apasionados como fue San Martín, por ejemplo. Ese momento cúlmine donde la pasión transita por encima del abismo, con un pie del lado de la vida y el otro del lado de la muerte. La pasión que empuja a San Martín a cruzar los Andes pero también la pasión que incita a que alguien se pegue un tiro”, expresó.
En esa lucha por desentrañar el concepto, apeló a los que considera los cuentos más apasionados: la mitología funcionó como detonante. Como la historia de Juana la Loca, “esa hija de reyes católicos que termina acarreando una pasión por un esposo ya muerto, entra en la desmesura de la melancolía y termina llevando el cuerpo maloliente y cadavérico de su marido por la vida porque no puede separarse de él”. El ensayista desmenuza esa pasión disfrazada de demencia y aborda la historia del violinista Itzhak Perlman, “a quien la pasión lo lleva a reponerse de la discapacidad, de la dificultad, para ir hacia adelante y ser uno de los mejores del mundo”. Acude a esa pasión teñida de superación y transcribe casos clínicos de pacientes sobre “cómo a unos la pasión los llevó a los lugares más oscuros y cómo a otros, en cambio, los sacó de las tinieblas para darle un destino”.
Pero no es un ensayo solemne y alegre de la pasión. Rolón subraya, desde el título mismo, su deseo por transitar las fronteras de un concepto ambiguo: “Lo que intenté es abordar al menos cuáles son los costos de entregarse a una pasión o de no entregarse a una pasión. La pasión es un concepto tan límite, con ésto que tiene el límite, que separa y uno al mismo tiempo. El Río de La Plata nos separa pero nos une, es lo que tenemos en común con el Uruguay. El límite entre algo que pasa por el cuerpo pero también pasa por la psiquis, los mandatos, la historia y la cultura. En el medio de todo eso deambula el torrente de la pasión. Por eso es un concepto muy complejo de definir”.
– ¿Se puede vivir sin una pasión?
– Es tristemente posible vivir sin ella. Los griegos tenían un concepto que estaba en la entrada del Oráculo de Delfos que decía “nada en demasía”. ¿Qué quiere decir? Que todo lo que está de más te lastima, te puede hacer mal. La pasión es ese punto que tenemos que aprender a limitar, porque si se pasa nos va a hacer mal pero si no está nos deja sin energía para encarar nada, nos deja abúlicos. Hay gente que convive con la aparente ausencia de pasión. Y digo aparente porque cuando no hay ninguna pasión a lo mejor lo que hay es una pasión por la abulia, por el medio, por la soledad.
– Hablás de pasión pero recorrés el amor, el psiconálisis, la historia…
– La felicidad, la esperanza, pero en una manera crítica. No es un libro esperanzado, al contrario, es un libro desesperado porque el deseo y la esperanza se excluyen. Aquel que espera no va atrás de lo que desea. El deseo te pone en movimiento, la esperanza te detiene y te saca el protagonismo de tu vida. Vos jugás muy bien y tenés la esperanza de que un día pase un seleccionador de River o Boca, te vea jugar y te lleve. No, andá a probarte, levantate temprano, preparate, jugá tu deseo con convicción y con la valentía de saber que no hay certezas, que aunque te juegues todo a lo mejor no consigas nada. Nada aparente porque vas a conseguir algo: vas a estar tranquilo con vos, vas a saber que dejaste todo para conseguir lo que querías.
Rolón asegura que el libro no le sirvió para hallar la definición académica de la pasión, pero pudo encontrar el sentido de la felicidad. “A la felicidad la encuentro en esos momentos donde, sin importar lo que esté haciendo, pueda mirar hacia adentro sin sentir vergüenza de lo que soy. Transitar mi vida sintiendo cada instante que si en ese momento se detuviera, yo pueda estar tranquilo”. A su reflexión la contrastó con una vivencia del Holocausto que adoptó para contribuir a su idea.
“Una vez escuché la historia de una mujer que habían llevado a Auschwitz -relata-. Ella contaba que la habían llevado con su hermanito y que cuando la subieron al tren en un momento del viaje se dio cuenta que su hermano había perdido un zapato. Y lo retó. Le dijo que era un estúpido porque no sabía ni conservar un zapato. Después lo separaron. Eso fue lo último que le dijo. No lo volvió a ver nunca más. Esa mujer que pudo salir del campo de concentración dijo: ‘Me prometí no decir nunca más en la vida nada que no pueda quedar como lo último que dije’. Para mí ese es un ejemplo. Yo intento transitar todos los días de manera tal que si fuera el último día que me quede yo pueda estar orgulloso de lo que hice ese día”.
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