La generalización de la palabra “conservador” proviene de la época de la revolución inglesa de 1688 cuando Guillermo de Orange y María Estuardo deponen al rey. En esa instancia los conservadores pretendían conservar los privilegios otorgados antes de esa revolución que fundamentalmente se basó en los principios luego desarrollados por Algernon Sidney y John Locke.
En esta línea argumental, el conservador apunta a mantenerse el statu quo a toda costa. Está enredado en telarañas mentales que no lo dejan moverse, lo tienen apresado y es temeroso de ensayar otros horizontes. Es del caso señalar que no es conservador aquel que argumenta sobre la necesidad de todo lo que deriva del respeto recíproco, es decir, la conservación de valores universales de la conducta civilizada. No es conservador aquel que se opone a la violación, al asesinato y al robo. Precisamente se trata de principios clave de convivencia: el respeto a la libertad, a la vida y a la propiedad. Solo alguien muy distraído puede catalogar de conservadores a liberales que sostienen estos valores básicos.
La tradición conservadora así concebida es más una posición política que intelectual y académica. Cuando se esgrimen nombres de intelectuales conservadores se suelen mencionar los de Edmund Burke, Thomas B. Maculay, Tocqueville y Acton, pero ninguno de ellos se autotituló conservador, se consideraron siempre liberales insertos en la tradición Whig.
Antes he escrito sobre este tema, pero ahora viene muy al caso repasar algunos aspectos y agregar otros. El conservador muestra una inusitada reverencia por la autoridad, es quien parla de “el estadista”, “el líder”, “el dirigente” y, a veces, su excelencia reverendísimo y otros calificativos superlativos dignos del autoritarismo, en lugar de limitarse a algo más sobrio y ajustado propio del espíritu liberal como “referente” (el liberal siempre desconfía de la autoridad vinculada a la fuerza a diferencia de la autoridad moral e intelectual que reverencia).
Por lo mismo, el conservador deriva su postura del “filósofo rey” de Platón que tanto ha criticado Karl Popper, quien insiste en que lo relevante son las instituciones liberales y no los hombres “al efecto de que el gobierno haga el menor daño posible”.
El conservador es aprensivo de procesos abiertos en el contexto de la evolución cultural, mientras que el liberal acepta la coordinación de infinidad de arreglos contractuales que ninguna mente puede anticipar a contracorriente de los planificadores e ingenieros sociales a los que suelen rendir pleitesía los conservadores cuando coinciden con sus esquemas del statu quo.
El conservador es nacionalista y muchas veces inclinado al mal llamado “proteccionismo”, mientras que el liberal es por naturaleza cosmopolita y librecambista.
El conservador tiende a imponer sus valores personales, en cambio el liberal respeta todos los proyectos de vida siempre y cuando no lesionen derechos de otros. Más aún, el liberal no es muy partidario de recurrir a la expresión «tolerancia» puesto que, por un lado, los derechos se respetan, no se toleran y, por otro, aquél término arrastra cierta connotación inquisitorial de unos que perdonan los errores de otros.
El conservador es tradicionalista, a saber, la imposición de lo que viene ocurriendo pero el liberal es respetuoso de las tradiciones en el sentido de valores que hacen posible los intercambios pacíficos y voluntarios abiertos a nuevas contribuciones.
El conservador no solo no entiende el significado del proceso de mercado sino que le desconfía. Por otra parte, el liberal pretende despolitizar todo lo despolitizable al efecto de extender en todo lo posible los acuerdos contractuales.
El conservador el partidario de establecer alianzas con la Iglesia y el liberal la considera altamente nociva y peligrosa. Friedrich Hayek en el apéndice de Fundamentos de la libertad titulado “¿Por qué no soy conservador?” esboza sus objeciones al espíritu conservador y concluye que una característica consiste en su marcada tendencia a la negociación política y no a valores liberales “puesto que es partidario de la tercera vía sin tener metas propias lo cual lo lleva a pensar que la verdad debe estar en algún lugar entre los extremos y, como resultado, ha variado su postura según haya sido la fortaleza de los movimientos que se ubican en las respectivas alas” que no han hecho nada por configurar.
Debido a que en Estados Unidos se dejaron expropiar la expresión “liberal” para de contrabando asimilarla con las posiciones de izquierda, por oposición se ha comenzado a utilizar la palabra “conservador” y también “libertario” a pesar de la perseverancia que sugieren los grandes maestros en cuanto a la importancia de seguir empleando el término “liberal”.
También es de interés hacer referencia a la pastosa expresión “derecha” asociada al conservadurismo y al fascismo (a veces términos intercambiables) y a la “izquierda”, que es oportuno destacar que ha traicionado su significado original puesto que sus partidarios al sentarse a la izquierda del rey en la Asamblea de la Revolución Francesa pretendía eliminar todos los privilegios y la fuerza gubernamental para extinguir derechos lo cual queda estampado en el primer artículo de la Declaración de los Derechos del Hombre donde especifica que se trata de la igualdad ante la ley (en este sentido es que puede decirse que el izquierdismo ha mutado en espíritu conservador).
En todo caso, el tema no es tanto debatir etiquetas sino contenidos al efecto de precisar el significado de la plataforma a la que se adhiere puesto que cada cual puede definirse como le venga en gana, es cuestión de prestar atención a las ideas que pone de manifiesto. No es que carezca de interés las etimologías y el significado de las palabras porque por más que los diccionarios son libros de historia que mutan con el tiempo si le llamaos gato al perro nos internamos en confusiones y dificultamos las comunicaciones y el propio pensamiento puesto que el lenguaje sirve para esos propósitos cruciales.
En resumen, la estricta genealogía del conservadurismo nada tiene que ver con el liberalismo, son dos vertientes sustancialmente diferentes y llamar conservador al que conserva valores básicos de la convivencia civilizada contradice la idea de quien se mantiene aferrado al statu quo con independencia de la materia en cuestión.
Mantenerse aferrado a lo que sucede es lo contrario de lo que apunta con magistral sabiduría Vladimir Nabokov al abrir su formidable Curso de literatura rusa y que siempre han inspirado los textos de quien ahora escribe esta nota periodística: “Es el derecho a criticar el don más valioso que la libertad de pensamiento y de expresión puede ofrecer».
El autor es Doctor en Economía y también Doctor en Ciencias de Dirección, preside la Sección Ciencias Económicas de la Academia Nacional de Ciencias de Buenos Aires y miembro de la Academia Nacional de Ciencias Económicas.