Aunque marcó 248 goles en 540 partidos en toda su carrera, es considerado uno de los mejores jugadores de la historia del fútbol belga y muchos creían que podía llegar a ser nada menos que el sucesor de Johan Cruyff en la selección holandesa en 1978, Robbie Resenbrink, quien falleció el sábado a los 72 años, pasará a la historia especialmente por haber estado a centímetros de arruinarle la fiesta mundialista a los argentinos cuando su remate terminó con la pelota en el palo derecho de Ubaldo Fillol justo en el final de un partido que estaba empatado 1-1 con la selección nacional.
Ese tema persiguió siempre a Rensenbrink, fallecido debido a una atrofia muscular progresiva, una enfermedad neurológica muy parecida a la esclerosis lateral amiotrófica (ELA), que padecía desde 2012.
En una entrevista con el diario holandés De Telegraaf, ya retirado, sostuvo que “amo la paz y vivo en un barrio tranquilo. Pero me gusta cuando la gente todavía me identifica. Entonces siempre comienzan a hablar sobre aquella pelota en el poste. Bueno, ahora ya hemos perdido tres finales del mundo con Holanda, pero aquella vez estuvimos tan cerca, ¿verdad?”.
Rensenbrink, sin embargo, y yendo a un terreno más técnico, llegó a relativizar aquella gran ocasión de ganar la final del Mundial 1978 en el último suspiro, cuando le dijo al periodista británico David Winner que “no fue una chance de gol porque yo no tenía espacio para controlar la pelota y maniobrar. Tenía que tirar como fuera y Fillol dejó un hueco pequeño. A veces pienso que habría sido mejor para mí que la pelota saliera directamente de la cancha, así la gente no me habría preguntado por esa jugada. Si hubiese sido una gran chance, todavía estaría sufriendo por eso, pero no fue así. Era imposible marcar”. Pero su compañero Ruud Krol discrepaba con él: «Si se hubiera tomado un tiempo más, habría marcado porque él, como Marco Van Basten o George Best, era capaz de marcar coles increíbles desde ángulos técnicamente imposibles”.
Lo cierto es que las selecciones de Argentina y Holanda empataban 1-1 en el estadio Monumental en la final del Mundial, el 25 de junio de 1978, y Rensenbrink pudo anticipar en el área rival, después de que la pelota llegara alta desde atrás de la mitad de la cancha, ganándole la espalda de Jorge Olguín en el minuto 45 y 14 segundos, y sacó un remate de zurda, la pelota picó primero y luego rebotó contra el primer palo, sorprendiendo a Fillol, pero Américo Gallego rechazó inmediatamente. Luego, en el alargue, el equipo argentino se impondría con por 3-1 con otro gol de Mario Kempes y uno de Daniel Bertoni y los festejos del título mundial serían utilizados por la dictadura militar de entonces para tratar de mejorar su imagen en el exterior.
Con el tiempo, Krool, defensor y una de las estrellas del equipo holandés que se negó a saludar a la Junta Militar en la ceremonia de entrega de la Copa del Mundo y tampoco asistió a la cena de gala del hotel Plaza, aunque luego los jugadores fueron recibidos en su país como héroes por la reina Juliana y el príncipe Bernardo y una multitud, consultado sobre qué cree que habría ocurrido de haber marcado el gol Rensenbrink en aquella jugada, sonrió y afirmó que “siempre lo hablamos entre nosotros y creemos que o lo hubiesen anulado o el árbitro hubiese dado un enorme descuento, pero ese partido no lo podíamos ganar nunca”. Krol, como capitán, fue condecorado con la Orden de Orange.
Pieter Robert Rensenbrink había nacido el 3 de julio de 1947 en una Amsterdam de postguerra, con los chicos de su edad jugando al fútbol en plena calle, y aunque pensaba ser carpintero sólo llegó a aprendiz. “Algunos dicen que esa temprana frustración grabó para siempre su carácter. Sereno, introvertido, casi hosco, inexpresivo. Como si el crack del fútbol hubiese sido un usurpador de aquella fantasía de carpintero”, escribió alguna vez el periodista Héctor Vega Onesime en la revista El Gráfico.
El fútbol era lo suyo, con una impresionante capacidad para la gambeta y comenzó a destacarse muy joven en el modesto DWS al punto de que enseguida fue buscado por los dos clubes grandes de Holanda, el Ajax y el Feyenoord, pero se lo terminó llevando el Brujas de Bélgica cuando sólo contaba con 18 años y allí ganó una Copa de aquel país en 1970 y pasó al Anderlecht, donde vivió una época dorada entre 1971 y 1980, con dos Ligas (1972 y 1974), cuatro Copas (1972, 1973, 1975 y 1976), dos Recopas europeas (1976 y 1978) y dos Supercopas europeas (1976 y 1978), y marcó 143 goles en 260 partidos con esa camiseta. En lo individual, fue Botín de Oro del país en 1976, y Balón de Plata europeo (detrás de Franz Beckenbauer) y Balón de Bronce en 1978, y es el máximo goleador de la Recopa de la UEFA (25 en 36 partidos), así como el primer ganador del premio “Onze de Oro”.
“Era un equipo fantástico con cinco holandeses y seis belgas y eso funcionaba a la perfección –recordó Rensenbrink en la presentación de su autobiografía-, aunque me silbaron en los primeros partidos, cuando no ganábamos, pero me dijeron que me quedara tranquilo, que todo iba a funcionar”.
El libro autobiográfico se llama “El Hombre Serpiente”, sobrenombre que le colocó el entrenador húngaro Lajos Baroti, quien tras un partido del Anderlecht contra su equipo, el Ujpest Dosza, sostuvo en una conferencia de prensa: “Nunca vi un jugador que se llevara tan fácilmente a un adversario. Parecía una serpiente por cómo se contorneaba”.
Es en su libro que Rensenbrink sostiene que el mejor partido que jugó en su vida fue en la final de la Recopa de Europa de 1978 en el Parque de los Príncipes de París, justo un mes antes del Mundial, cuando su equipo ganó 4-0 y él marcó dos goles y los otros dos llegaron por dos asistencias suyas, aunque dos años antes, por la Supercopa de Europa, fue protagonista también cuando los belgas dieron la gran sorpresa y vencieron al poderoso Bayern Munich de Franz Beckenbauer, Sepp Maier y Gerd Müller, tricampeón de la Copa de Campeones de Europa (ahora Champions League), al vencerlo en la revancha por 4-1 (con dos goles suyos) tras caer en la ida 2-1 en Alemania.
Pero Rensenbrink también quedará en la historia de los Mundiales por haber convertido el gol número mil el 11 de junio de 1978, durante la fase de grupos, cuando Holanda cayó 2-3 ante Escocia y él marcó a los 34 minutos del primer tiempo. Terminaría el torneo con cinco conquistas, a las que hay que sumarles una más que había conseguido en el Mundial de Alemania 1974. “Agradezco los homenajes y esa torta que trajeron para festejar pero lo único que me importaba era el partido, y lo perdimos”, lamentó luego.
En la selección holandesa marcaría un total de 14 goles en 46 partidos internacionales y si en el Mundial de Alemania 1974 integró la inolvidable Naranja Mecánica que dirigió Marinus Rinus Michels y que generó una revolución en el fútbol, no pudo coronarse campeón por haber perdido la final ante los locales por 2-1 aunque debió dejar el campo al finalizar el primer tiempo, por una lesión que se había originado ante Brasil en la segunda fase.
En ese Mundial, Michels corrió a Rensenbrink a la izquierda, para colocar a Johnny Repp a la derecha para dejar el medio del ataque a Johan Cruyff, quien aparecía desde atrás. Ya cuatro años más tarde, muchos pensaron en él como líder en lugar del ausente Cruyff, ahora con la dirección técnica de Ernst Happel, pero no lo asumió así. “Siempre admiré a Cruyff. Fue el jugador con quien mejor me entendía dentro de la cancha, pero teníamos personalidades completamente distintas y yo nunca podría cumplir esa función”, dijo entonces.
El periodista Luis Vinker, del diario Clarín recordó años después que pudo dialogar con Rensenbrink en la concentración de la quinta de Moreno durante el Mundial 1978, y cuando pudo dialogar con Rep, éste le señaló a su compañero y le dijo “¿ves ese flaco que camina allá lejos? Ese es Roby. Y no te apures, porque va tan despacio que de cualquier manera lo vas a alcanzar”.
Luego, Rensenbrink le diría a Vinker que el nivel técnico del Mundial 1978 era “inferior” al de Alemania 1974” pero que en el de Argentina “influye mucho el público. El espectáculo de la gente no lo vi en ningún lugar del mundo. Eso de tirar papelitos cuando entra el equipo…en Alemania, la Copa se vivía de otra manera” y elogió el juego de Kempes y de Leopoldo Luque.
El fallecido DT Juan Carlos Lorenzo, que escribía una columna durante el Mundial 1978, escribió entonces que Rensenbrink “es un futbolista imaginativo, que se mueve por todo el frente de ataque. Es muy peligroso darle un centímetro de ventaja”.
Poco después, al comenzar la década de los 80, la carrera de Rensenbrink entró lentamente en declive. Tal como su compañero de la selección holandesa Johan Neeskens, se fue a jugar a la Liga de los Estados Unidos, con la camiseta del Portland Timbers en 1980, para luego regresar a Europa y jugar dos temporadas (1980-1982) en el Toulouse francés, con el que logró el ascenso a la Primera en 1982, cuando se retiró del fútbol y se aisló por completo para dedicarse a uno de sus hobbies, la pesca, y a una vida familiar.
El periodista Vega Onesime lo describió como “un tipo sencillo, más bien silencioso, todo lo lejano a una estrella”. “Soy un hombre público a pesar mío. Eso no quiere decir que odie la popularidad, pero soy consciente de que es algo fugaz, especialmente para quienes la conseguimos a través del fútbol. Entonces me preparo para no sufrir decepciones”, le dijo el ex delantero.
Sus últimos años los pasó en su ciudad natal de Oostzaan, a 15 minutos de Amsterdam y le gustaba jugar al tenis. Su artista favorito era Paul Newman y su ídolo futbolístico de la infancia era Koen Moulijn, del Feyenoord, aunque tuvo devoción por Cruyff y por Pelé, quien lo consideró entre los mejores 125 futbolistas que vio en su vida.
Cuando le preguntaron si tenía cábalas, respondió con simpleza “ninguna. Tampoco tengo ídolos ni talismanes. Lo único que llevo es una venda para protegerme las piernas”.
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