Domingo 14 de abril de 2013. La noche parece encarrilarse para ser infinita. El goteo de votos es insoportable y genera cada vez más incertidumbre. La desconfianza crece. Los oposites braman por la lentitud del escrutinio pero nadie se inmuta: es Venezuela y allí el control absoluto recae sobre un hombre cuyo poder heredó. Finalmente, en horas de la madrugada, cuando la tensión agrega mayor densidad al húmedo aire, se anuncia el resultado.
Nicolás Maduro, candidato del Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV), obtiene 50,61 por ciento de los votos. Son exactos 7.587.579 apoyos.
Henrique Capriles, de Primero Justicia (PJ), se queda con el 49,12 por ciento. Cantidad: 7.363.980.
La diferencia entre ambos candidatos es de apenas 223.599 sufragios. La elección más incómoda para el chavismo.
Su jefe, Hugo Chávez, había muerto el 5 de marzo anterior. ¿El Socialismo del Siglo XXI se escurría en la historia? El PSUV había perdido 600 mil votos desde octubre de 2012 -a razón de 100 mil votos por mes- cuando el caudillo -ya muy debilitado- había retenido el Palacio de Miraflores frente al mismo Capriles. Su deceso interrumpió el periodo que debía completarse en enero de 2019. Fue por ello que se convocaron a nuevos comicios y Maduro debió pulsear.
Pero el sucesor no estaba dispuesto a que lo reemplacen en la comodidad de la sede gubernamental de Caracas. Su falta de popularidad era evidente y su permanencia corría serio peligro. El régimen puso manos a la obra para evitar el peor escenario. Las sucesivas denuncias de fraude provocaron una de las mayores movilizaciones de la historia venezolana, algo inédito en tiempos chavistas. El líder opositor tomó la palabra frente a su público y los medios internacionales y acusó al PSUV de forzar las urnas y comenzar la usurpación del Ejecutivo.
En total se acreditaron 3.200 irregularidades durante el día. “No luché contra un candidato sino contra el abuso del poder”, dijo Capriles durante aquella jornada infame. Parte del planeta abrió los ojos y comenzó a ver cómo la democracia en Venezuela se resquebrajaba definitivamente. Otros lo sabían desde hacía años.
Maduro -visiblemente golpeado y nervioso por el inesperado resultado- intentó alentar a sus seguidores convocados en la sede de gobierno en Caracas. Faltos de euforia por lo que se sospechaba unos comicios manchados, el nuevo presidente prometió una etapa de “eficiencia y honestidad absolutas”. Comenzaba el fundamentalismo definitivo de las golpeadas instituciones chavistas.
Evo Morales parece haber copiado y pisado cada una de las huellas chavistas ante similar crisis contable. Quizás tengan el mismo consejero. En lo que podría ser uno de los recuentos más lentos -y escandalosos- de la América Latina reciente, el actual presidente se proclamó triunfador. Consiguió evitar su mayor miedo: una segunda vuelta que lo hubiera expulsado del Palacio Quemado de La Paz.
Carlos Mesa, candidato por el partido Comunidad Ciudadana (CC), también -como lo hiciera Capriles hace seis años- denunció “un gigantesco fraude”. Lo hizo ni bien sospechó que algo raro ocurría cuando los cómputos provisorios se paralizaron en el Tribunal Supremo Electoral (TSE) y lo repitió cuando las maniobras eran ya explícitas. En un primer momento los números lo colocaban ante la clara posibilidad -histórica- de concurrir a una instancia definitoria y unificar a toda la oposición. Similar a lo que soñó por momentos el ex gobernador del estado venezolano de Miranda. Sin embargo, más de tres días después de cerradas las actas de votación, Morales se proclamó presidente por cuarta vez. Había rasguñado los votos necesarios para eludir el dolor de cabeza de un balotaje.
Mientras tanto, los comités cívicos decidieron tomar las calles para enfrentar la amenaza democrática. La situación se repite en Santa Cruz, Cochabamba y La Paz, como los centros más calientes. Saben que la efervescencia ciudadana por lo que consideran una violación -otra más- de la voluntad del pueblo podría desvanecerse pronto: faltan pocos días para una celebración nacional que ocupará las calles y los festejos de los bolivianos. El “Día de los Muertos” es sagrado. Bolivia podría paralizarse durante casi una semana a partir del 1 de noviembre. Quizás gran parte de la población opte por mirar hacia otro lado.
Pero hasta que todo se diluya, Morales y su maquinaria política no se quedarán de brazos cruzados. Medirán fuerzas con los comités y tensarán la situación hasta el extremo. La división se profundizará. Evo dirá que las protestas están dirigidas desde “el imperio” y que la mano de “la derecha” está detrás, empujando a cientos de miles de bolivianos a las calles. Cuando se vea encerrado y comprometido no vacilará en reprimir. No sería la primera vez que lo haga. Buscará en todos lados un enemigo al cual apuntar todos sus dardos. Encontrará uno, pero con un límite: sabe que no sería inteligente -ante la opinión pública internacional- acusar a Mesa, su flamante rival, de estar detrás de un golpe, la fórmula preferida para la victimización.
Entre las figuras políticas relativamente nuevas sobresale Luis Fernando Camacho, presidente del Comité Cívico cruceño. Es abogado, docente universitario y padre de tres hijos. Es uno de los dirigentes más firmes en las denuncias de falsificaciones de actas y quien propuso una huelga total e inundar las calles de descontento. “Hemos decidido parar indefinidamente hasta que se respete la democracia”, anunció cuando la manipulación de datos alcanzaban la vergüenza. Empresario, es uno de los mayores dolores de cabeza de Evo y una amenaza para mantener el control sobre la vía pública tanto en Santa Cruz como en el resto del país. Un desafío para cualquier autócrata. Tal vez, el “reelegido” presidente esté pensando en embestir contra él –si su protagonismo asciende– y le impute algún delito. ¿Sedición? ¿Alteración del orden? La Justicia responde a La Paz. Tanto la acusación como el proceso serían exprés.
Calcaría así al Maduro versión 2014 quien -cuando las marchas en Caracas y en todo Venezuela desnudaron aún más al régimen- también eligió a un enemigo a quien encerrar: Leopoldo López. Camacho deberá pensar como nunca antes cada uno de los pasos que decida dar. También sus luchas. Y sus aliados. Las Naciones Unidas temen que algo así ocurra. Por las dudas ya manifestó su preocupación por el uso excesivo de la fuerza contra los manifestantes. El mundo observa desde cerca.
A las advertencias de la Organización de los Estados Americanos (OEA) de que Bolivia debería esperar la auditoria de esa institución antes de oficializar el resultado electoral -situación que fue desoída por el TSE– se sumó la Unión Europea. El bloque continental respalda la iniciativa de realizar de todas formas una segunda vuelva, por las fundadas sospechas de fraude. Cree que daría un marco de credibilidad y transparencia a un proceso ya viciado.
Estados Unidos también se hizo oír. Además de advertir a sus ciudadanos sobre los riesgos de viajar al país sudamericano por temor a desbordes sociales, Washington quiere que los votos sean contados “con exactitud”. Uno por uno. Fue el Encargado para América Latina en el Departamento de Estado norteamericano, Michael Kozak, quien recogió el tema con preocupación. “Es un momento crítico para Bolivia”, dijo a la agencia de noticias EFE. “Si eres un inversor boliviano o extranjero y estás viendo la situación en la que hay un cuestionamiento real sobre la legitimidad de las elecciones, eso va a influir en tu decisión. Y eso no es bueno para Bolivia”, explicó Kozak.
Sin embargo, estos comicios estaban viciados de farsa desde mucho antes. No es esta la primera vez que Morales desconoce el mandato popular. Ya lo hizo al negar el resultado de las urnas cuando convocó a un referéndum celebrado el 21 de febrero de 2016 para forzar la constitución y presentarse a una cuarta contienda. Los números le fueron adversos aquella vez. Pero Evo abiertamente se opuso a lo que los votos le ordenaron: que abandone el poder y vuelva a la vida doméstica. No conforme con eso, se presentó ante el TSE, que lo bendijo decretando que era el pueblo el que estaba equivocado.
El patrón boliviano se había juramentado no apartarse del timón desde que asumió el 22 de enero de 2006. Por orden constitucional ya debería haberse ido hace más de cuatro años. El artículo 168 de la carta magna es claro al respecto. Dice: “El período de mandato de la Presidenta o del Presidente y de la Vicepresidenta o del Vicepresidente del Estado es de cinco años, y pueden ser reelectas o reelectos por una sola vez de manera continua”. Pero cuando el TSE lo habilitó fueron pocas las voces que lo denunciaron.
Al final del día, “Evo eterno” golpea la democracia de la nación. Y algo más. Con su actitud y gélida decisión, se arriesga a que los Estados Unidos lo coloquen en la categoría de presidentes “no legítimos” si no acepta las recomendaciones que él mismo prometió respetar a los organismos internacionales. El desafío podría costarle demasiado al país si alguien sugiriera sanciones internacionales, algo de lo que Maduro sabe bastante y no logra reponerse. Morales está construyendo un laberinto del que le será muy difícil escapar ileso. Se embarra en un pecado de nostalgia: intentar ser lo que alguna vez supo ser.
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